- La burguesía surgió en los burgos medievales y alcanzó hegemonía con el capitalismo industrial, acumulando poder económico y político.
- Su ideario se articula en libertades, propiedad, estado de derecho y movilidad social, con fuerte impronta ilustrada y liberal.
- Para el marxismo, define a los dueños de los medios de producción y su conflicto con el proletariado por la plusvalía.

Hablar de la burguesía es recorrer buena parte de la historia social de Europa y del mundo, desde los primeros burgos medievales hasta el capitalismo contemporáneo. A lo largo de los siglos, este grupo social pasó de ser una minoría urbana dedicada al comercio y a los oficios a convertirse en una clase con enorme influencia económica, cultural y política, capaz de impulsar revoluciones y rediseñar instituciones.
No es un término plano ni único: en función del contexto, puede referirse a los propietarios de los medios de producción en un sistema capitalista, a la clase media acomodada o a una élite con capacidad dirigente en la vida pública. Y, como veremos, en las ciencias sociales del siglo XX se cargó con matices críticos, especialmente desde la tradición marxista, al tiempo que en el uso cotidiano adoptó tonos irónicos o peyorativos.
¿Qué es la burguesía?
En un sentido contemporáneo y muy extendido, la burguesía designa a la clase social propietaria de los medios de producción en las economías capitalistas: capital, fábricas, bancos, tierras o activos estratégicos. Esta posición de propiedad sitúa a la burguesía en la parte alta de la estructura social y suele conllevar poder económico y, con frecuencia, también influencia política.
Históricamente, la palabra procede del francés bourgeoisie y remite a los habitantes de los burgos medievales, barrios nuevos o áreas de expansión urbana junto a castillos o cruces de caminos. Aquellos burgueses no eran nobles ni clérigos, pero tampoco siervos del campo: eran comerciantes, artesanos, prestamistas y profesionales que vivían y trabajaban en la ciudad, y que poco a poco se organizaron al margen del régimen señorial.
En el lenguaje común, a veces se usa para nombrar a la clase media acomodada, esto es, a quienes poseen negocios, comercios, talleres o pequeñas industrias y gozan de cierto bienestar económico. Pero en la literatura marxista, el término tiene un sentido más preciso: la burguesía es la clase dominante del capitalismo, enfrentada al proletariado (la clase trabajadora desposeída de medios de producción).
Orígenes medievales y autonomías urbanas
La expansión urbana de la Plena y la Baja Edad Media (siglos XI al XV) dio forma al fenómeno: los burgos crecieron, la producción artesanal se sofisticó y el comercio a larga distancia multiplicó oportunidades. Al estar fuera de la jurisdicción señorial directa, surgió la idea, muy difundida en el ámbito germano, de que «el aire de la ciudad hace libre», una máxima que sintetizaba la emancipación respecto del orden feudal y la posibilidad de movilidad social dentro del espacio urbano.
En no pocas ciudades, las familias de comerciantes más ricas y los maestros de gremios formaron auténticos patriciados urbanos. En repúblicas y ciudades-estado como Venecia, Florencia, Génova, Pisa o Siena, estos patriciados actuaron como élites dirigentes con un poder casi soberano, tejiendo vínculos con sectores nobles y afianzando un gobierno urbano autónomo.
En cambio, en los reinos de las monarquías autoritarias en construcción (Francia, Inglaterra o los reinos cristianos ibéricos), la burguesía se integró como parte sustancial del Tercer Estado, el común, que participaba en asambleas y órganos estamentales. A medida que el comercio y las finanzas se expandían, algunas familias alcanzaron gran riqueza e incluso se ennoblecieron: casos célebres son los Borghese, los Médici o los Fúcares, que ejemplifican la fusión de capital, prestigio y poder.
Este ascenso no fue lineal ni idéntico en todas partes. De hecho, la historiografía ha subrayado que hubo procesos de acomodación a los States absolutistas. Fernand Braudel acuñó la expresión «traición de la burguesía» para referirse a momentos en los que parte de esta clase prefirió pactar y arraigar sus intereses en el aparato estatal en lugar de impulsar cambios radicales.
Del mercantilismo a la revolución industrial
Con la expansión europea tras los descubrimientos y la consolidación del mercantilismo, floreció una burguesía comercial y financiera muy poderosa. En ese contexto surgieron grandes redes de intercambio, compañías de comercio y casas bancarias que financiaban a príncipes y reyes. Esa etapa allanó el camino para la hegemonía de la burguesía industrial durante la era de las revoluciones.
Entre finales del siglo XVIII y mediados del XIX, la Revolución Industrial transformó la producción y las relaciones laborales, mientras que revoluciones políticas como la independencia de Estados Unidos (1776), la Revolución francesa (1789) y los ciclos revolucionarios de 1820, 1830 y 1848 removieron el viejo orden. La burguesía pasó de ser una fuerza «revolucionaria» contra los estamentos privilegiados a convertirse, una vez en el poder, en un actor «conservador» que defendía su posición frente a su nuevo antagonista: el proletariado.
Se ha hablado incluso de una táctica «lampedusiana» —cambiarlo todo para que todo siga igual—, que expresa la proximidad de intereses entre la burguesía enriquecida y la aristocracia tradicional. Aunque no todos los casos fueron iguales, en muchos países europeos el resultado fue la consolidación de regímenes constitucionales que garantizaban libertades y propiedad, con una burguesía que marcaba el rumbo político y económico.
En el siglo XIX, la clase burguesa alcanzó su máxima proyección: dominó la banca, controló la industria y el comercio internacional, adquirió tierras procedentes de desamortizaciones o ventas nobiliarias y se instaló en las altas esferas estatales. Apellidos como Rothschild, Krupp, Thyssen o Péreire ilustran esa acumulación de capital y poder que definió a la alta burguesía europea.
Valores, ideas y programa político
La Ilustración y el enciclopedismo del siglo XVIII aportaron el armazón filosófico de la cosmovisión burguesa: individuo, trabajo, innovación, progreso, felicidad, libertad e igualdad de condiciones. Todo ello cristalizó en un programa político y económico que sustituyó el Antiguo Régimen por un nuevo orden. Sus pilares pueden resumirse en cuatro grandes ejes:
- Estado de derecho y división de poderes: gobierno representativo y parlamentario enmarcado en una Constitución, con límites claros a la autoridad.
- Libertades civiles: libertad religiosa, de expresión, de prensa, de reunión y de empresa, junto a la defensa de la iniciativa privada y la propiedad individual.
- Libre mercado y trabajo libre: eliminación de trabas gremiales y fomento de la competencia como motor de prosperidad general.
- Movilidad social basada en el mérito: ascenso o descenso por logros económicos o intelectuales, no por sangre o estamento.
Estas ideas no se quedaron en la teoría: impregnaron la vida cotidiana, la educación, las formas de cortesía y los modales. La cultura burguesa adoptó tratamientos universales de cortesía (el citoyen revolucionario, el monsieur francés privado de connotación nobiliaria, el vous como usted), y en España se popularizó el don más allá de su uso académico original, mientras que en América Latina y Alemania arraigaron con fuerza los tratamientos de licenciado y doctor.
La interpretación marxista y su léxico
Para el materialismo histórico, la burguesía se define por su lugar en el modo de producción capitalista. Los burgueses poseen los medios de producción, compran fuerza de trabajo y se apropian de la plusvalía, que es la parte del valor generado por los trabajadores no retribuida en el salario. Esta relación asimétrica estructura la lucha de clases entre burguesía y proletariado.
De este enfoque derivan expresiones y conceptos con fuerte carga crítica: liberalismo burgués (en la jerga del comunismo chino), nacionalismo burgués, socialismo pequeñoburgués y socialismo burgués o conservador (en el Manifiesto comunista), pseudociencia burguesa (en el lenguaje soviético) o la idea de burguesía nacional en contextos coloniales y dependientes. También se habla de Estado burgués y de derecho burgués (bourgeois law), nociones que no deben confundirse con términos técnicos del derecho civil alemán como Bürgerliches Gesetzbuch.
Desde el siglo XX, los vocablos «burgués» y «burguesía» adquirieron un tono frecuentemente peyorativo en la arena política, aunque siguen empleándose, con precisión y sin juicio de valor, en ámbitos académicos de economía, sociología e historia social.
Tipos y subgrupos de burguesía
La burguesía es cualquier cosa menos homogénea. A lo largo de la historia se ha tipificado por su posición económica, por su relación con los medios de producción o por su función cultural. Entre las clasificaciones más habituales destacan:
- Alta burguesía (haute bourgeoisie): élite de grandes propietarios y financieros, a veces identificada con «las doscientas familias» de mayor influencia o con la alta sociedad protestante (HSP) en algunos países.
- Gran burguesía (grand bourgeois; en alemán Großbürger): capa superior con gran patrimonio, con vínculos frecuentes con la aristocracia y presencia destacada en la alta administración.
- Media burguesía (moyenne bourgeoisie) y baja burguesía (basse bourgeoisie): sectores intermedios y modestos, respectivamente, con profesiones liberales, comercios o patrimonios reducidos.
- Pequeña burguesía (petit bourgeois): pequeños comerciantes, artesanos, profesionales independientes o propietarios de muy escasa escala, a caballo entre la estabilidad y la proletarización.
- Burguesía comercial, industrial y financiera: según predomine el intercambio de bienes, la producción fabril o la intermediación de capital y crédito.
- Burguesía ilustrada (Bildungsbürgertum): sector que hizo de la educación, las letras y las artes su seña de identidad, muy visible en los siglos XVIII y XIX.
- Burguesía agraria o rural: en rigor, expresión paradójica, pues el término remite al medio urbano; aun así, se usa para designar a terratenientes y grandes productores agrícolas en procesos de modernización del campo.
La nomenclatura también varía por territorios y épocas: en la Italia medieval se hablaba de popolo grosso y popolo minuto; en la Cataluña del Medievo, de la Biga y la Busca; en Inglaterra, gentry y yeomanry; en España, del labrador rico y de procesos de desamortización que facilitaron la compra de tierras por parte de sectores acomodados; en Rusia se identificó al kulak como campesino enriquecido; y en Argentina se alude a una burguesía terrateniente con rasgos propios.
En el ámbito sociocultural, han surgido etiquetas como bobo (bourgeois bohemian, es decir, «burgués bohemio») o snob (sine nobilitate), que capturan estilos de vida, aspiraciones y distancias simbólicas dentro y fuera de la propia clase media acomodada.
Cultura, moral y estética burguesas
Las cualidades y usos propios de la burguesía —el llamado burguesismo— han dejado huellas profundas en el arte, la literatura, la música, la moda, el gusto y la vida cotidiana. Se habla de moralidad burguesa o victoriana, ética del trabajo (con ecos del análisis de Max Weber sobre el espíritu del capitalismo), estética burguesa y, por supuesto, un arte burgués que durante el siglo XIX convivió con vanguardias y academias.
Paradójicamente, tan «burgués» puede ser el arte académico y respetable como la ruptura que pretende «escandalizar al burgués» (épater le bourgeois): la transgresión ha encontrado su lugar en el mercado del arte, igual que el kitsch y la alta cultura coexisten, cada una en su segmento de consumo. Arnold Hauser, en su Historia social de la literatura y el arte (1951), analizó de forma pionera estas relaciones entre formas estéticas y estructura social.
En el terreno del orden social y del control, Michel Foucault exploró, en Vigilar y castigar (1975), cómo se construyen instituciones y dispositivos que encajan con una modernidad urbana disciplinada, tan marcada por la racionalidad instrumental como por el ideal de progreso. De la mano de esta cosmovisión, la educación sentimental de las clases medias se moldeó también a través de los medios de comunicación de cada época.
Si bajamos a lo concreto, la etiqueta «burguesa» atraviesa múltiples géneros y prácticas: pintura y retrato burgués (baste evocar piezas canónicas del siglo XIX), escultura, arquitectura, música, literatura, poesía, teatro —con la tragedia burguesa (bürgerliches Trauerspiel) como categoría específica—, comedia, drama, novela de costumbres y moda. En todos ellos late un sistema de valores en torno a la familia y el trabajo y la respetabilidad.
Lenguajes, tratamientos y cortesías
El triunfo social de la burguesía normalizó tratamientos de cortesía universales. Durante la Revolución francesa, el salut municipal era citoyen (ciudadano), para después extenderse monsieur (señor mío) y vous (usted) como fórmulas corrientes y despojadas de resonancias nobiliarias. En España, el don derivado de dominus se generalizó más allá de su uso académico, y sigue vivo en registros de respeto; en América Latina y en Alemania, las fórmulas de licenciado y doctor conservan un peso notable.
El lenguaje también fue campo de disputas. En 1968, el tuteo como gesto antiburgués y de ruptura generacional ganó visibilidad en las calles; curioso es que el falangismo temprano en España, con otros fines, también promoviese el tuteo. Estas oscilaciones reflejan que la lengua es vehículo de identidades y jerarquías, y que lo «respetable» y lo «popular» se reconfiguran con cada cambio social.
Instituciones y regímenes vinculados
En la cultura política se acuñaron expresiones como república burguesa para describir entidades gobernadas por élites urbanas y mercantiles: la Serenísima República de Venecia, el Cantón de Ginebra o la Antigua Confederación Suiza son hitos previos a la modernidad, igual que las primeras repúblicas francesa (Primera, Segunda y Tercera) lo son en la era contemporánea. También se ha hablado de imperio burgués en relación con el Primer y Segundo Imperio francés o el Imperio británico, una categoría utilizada incluso en letras del movimiento obrero para denunciar el expansionismo.
La idea de monarquía burguesa sirve para identificar monarquías constitucionales o parlamentarias en las que los principios liberales y los intereses de las clases medias urbanas se abrieron paso: la Casa de Orange-Nassau en los Países Bajos desde el siglo XVI, la monarquía inglesa tras la Glorious Revolution de 1688, la Monarquía de Julio en Francia (1830-1848), la casa Bernadotte en Suecia desde 1810, los reinados de Isabel II y Amadeo de Saboya en España o la dinastía de Glücksburg en Dinamarca son ejemplos de adaptaciones del trono al liberalismo.
En el terreno de las organizaciones y partidos, el abanico es amplio: partidos burgueses como categoría genérica, el histórico Partido Whig en el Reino Unido, las familias políticas de la Revolución francesa, el First Party System en Estados Unidos, el liberalismo español decimonónico o el Partido Burgués Democrático (PBD) en Suiza. Este mapa ilustra cómo los intereses y valores burgueses se canalizaron a través de instituciones representativas diversas.
Obras, referencias y ecos culturales
La figura del burgués ha sido retratada, criticada y celebrada en infinidad de obras. En teatro, Le Bourgeois gentilhomme de Molière satiriza pretensiones y afectaciones; en escultura, Les Bourgeois de Calais de Rodin conmemora un episodio cívico; en cine, El discreto encanto de la burguesía de Buñuel desmantela hábitos y rituales de una clase acomodada; en documental, La insurrección de la burguesía (primera parte de La batalla de Chile, de Patricio Guzmán) examina la conflictividad social; y en música, Les Bourgeois, de Jacques Brel, ironiza sobre la respetabilidad. En el plano ensayístico, destaca La crisis del Estado de derecho liberal-burgués de Arturo Sampay, entre otras contribuciones que discuten el Estado moderno.
Incluso el léxico asociado al término muestra su capilaridad: palabras emparentadas como burgos, Burges, Burgess o Bourgeois aparecen en distintas lenguas y contextos, recordándonos que, desde su arranque medieval, el fenómeno burgués ha sido profundamente transnacional y urbano.
¿Cómo se sostiene todo este edificio conceptual? Por un lado, por la experiencia histórica de siglos de expansión urbana, comercio y revolución; por otro, por las ciencias sociales que han tratado de captar la especificidad de la burguesía en cada época. A ello se suman matices clave: la acomodación (o «traición») a estructuras absolutistas descrita por Braudel; la dimensión moral, estética y sentimental vista por Hauser y Foucault; y la crítica radical del marxismo, que se detiene en la plusvalía y la lucha de clases. Juntas, estas miradas ofrecen una panorámica completa.
El recorrido histórico permite distinguir tres grandes momentos. Primero, la emergencia medieval de un grupo urbano dedicado al comercio y a los oficios, con autonomía frente al señorío y capacidad de autorregulación (gremios, magistraturas). Segundo, la consolidación mercantil y financiera, donde la burguesía acumula capital y construye redes globales al calor del expansionismo europeo. Tercero, la hegemonía industrial y política, con revoluciones liberales que instauran estados de derecho, parlamentos y constituciones, asegurando la propiedad y las libertades civiles.
Desde finales del XVIII, esa hegemonía se apoya en dos vectores. Por un lado, en la revolución industrial: fábricas, máquinas de vapor y mercados ampliados reforzaron a empresarios, banqueros y comerciantes que ya venían apuntalando su poder desde el mercantilismo. Por otro, en el cambio político: constituciones escritas, separación de poderes y sufragio (a menudo censitario al principio) abrieron la puerta a una representación acorde con los intereses de la clase propietaria.
Con el tiempo, la burguesía fue adoptando posiciones conservadoras, buscando estabilidad y previsibilidad legal. Eso no impidió tensiones internas (alta, media, pequeña burguesía) ni conflictos con el mundo del trabajo. Ese antagonismo entre capital y trabajo se expresó en huelgas, movimientos obreros y la emergencia de partidos y sindicatos, mientras que la cultura burguesa intentaba fijar cánones de gusto, modales y respetabilidad que confirieran continuidad al orden social.
Hoy, el término sigue siendo útil si se maneja con precisión: puede designar la clase propietaria en estructuras capitalistas, la clase media acomodada en descripciones sociológicas o un arquetipo cultural. En la conversación pública, puede emplearse con ironía o como dardo político; en academia, se reserva para análisis estructurados, distinguiendo contextos, periodos y criterios de clasificación.
Mirado en conjunto, el fenómeno burgués integra economía, política, cultura y vida cotidiana. Desde el «aire urbano que libera» hasta la codificación constitucional de derechos, desde el retrato decimonónico hasta la provocación de vanguardias, desde el comerciante medieval hasta el industrial o el financiero contemporáneo, la burguesía ha sido motor de cambio y dique de contención, fuerza modernizadora y garante del orden, protagonista de la modernidad y blanco de su crítica más feroz. Esa tensión, lejos de resolverse, explica su vigencia y su capacidad para moldear instituciones, mercados y sensibilidades.