Crisis de balanza de pagos: causas, señales, modelos y casos

Última actualización: octubre 30, 2025
  • La balanza de pagos “cierra” por definición: déficit corriente se compensa con superávit financiero, pero el coste y la estabilidad de esa financiación importan.
  • Las crisis surgen por fundamentos deteriorados o por expectativas autocumplidas, con fuga de capitales, presión cambiaria y caída de reservas.
  • Prevención: finanzas públicas sólidas, reservas, marcos creíbles y competitividad exportadora para reducir el riesgo de “sudden stop”.

Crisis de balanza de pagos

Las crisis de balanza de pagos son uno de esos episodios que, cuando llegan, descolocan todo: tipos de cambio, reservas, flujos de capitales y, en última instancia, decisiones de ahorro e inversión. Lo esencial es que estallan cuando un país ya no puede sostener sus pagos externos sin sacrificar de forma abrupta sus reservas o su tipo de cambio, desatando efectos en cadena en la economía real y en los mercados financieros.

En el centro del problema está la contabilidad externa de la economía: la relación entre lo que entra y sale en divisas. Si las entradas no alcanzan para cubrir las salidas, el ajuste aparece mediante devaluación, contracción de la demanda o financiación extraordinaria. Estos episodios no solo responden a “fundamentales” deteriorados; también pueden nacer de expectativas que se autoalimentan, de movimientos especulativos y de cambios súbitos de apetito por el riesgo en los mercados globales.

Qué es una crisis de balanza de pagos y cómo se manifiesta

El mecanismo es conocido: ante problemas económicos, el banco central puede optar por devaluar. Esa devaluación reduce el valor de los activos denominados en la moneda local, deteriora la rentabilidad doméstica medida en divisas y hace más atractivas las inversiones en el exterior. Para mantener el tipo de cambio, la autoridad monetaria compra moneda nacional y vende extranjera, con la consiguiente caída de reservas.

El desequilibrio de fondo es contable: en moneda nacional, entra menos de lo que sale por operaciones reales y financieras. Ese déficit de balanza de pagos tiene que cubrirse con reservas o con financiación, y si ninguna de las dos opciones resulta viable, el ajuste se traslada al tipo de cambio y a la actividad.

Además, estos episodios suelen venir precedidos o amplificados por ataques especulativos: inversores coordinados o simplemente sensibles a señales de debilidad que precipitan ventas de activos en moneda local, encareciendo la defensa cambiaria hasta volverla inviable.

Modelos que explican el estallido: de los fundamentales a las profecías autocumplidas

Las primeras formulaciones académicas sobre crisis cambiarias, asociadas a las llamadas “de primera generación”, ponen el acento en los fundamentales. En estos modelos, un deterioro persistente de las cuentas públicas, de la productividad o de la competitividad vuelve insostenible un tipo de cambio fijo. La idea, planteada formalmente a finales de los setenta, es que la aritmética acaba imponiéndose: cuando las reservas caen por debajo de un umbral, la devaluación es inevitable.

Más adelante, surgieron los modelos “de segunda generación”. Su clave es que incluso con fundamentales razonables, las expectativas y la coordinación de los agentes pueden desatar una crisis. Si un grupo poderoso de inversores cree que la moneda está sobrevalorada y actúa en consecuencia, puede provocar salidas de capital de tal magnitud que el tipo fijo colapse. Es la lógica de las profecías autocumplidas en mercados con alta movilidad de capitales y marcos regulatorios liberalizados.

Este enfoque explica por qué a veces vemos episodios de gran volatilidad cambiaria que no encajan del todo con el cuadro macroeconómico tradicional. Bajo determinadas circunstancias, la percepción de riesgo y la dinámica de mercado pesan tanto como las variables “duras” a la hora de precipitar una venta masiva de activos en moneda local.

Señales de alerta y consecuencias: fuga de capitales y “sudden stop”

En la práctica, hay patrones que suelen anticipar o acompañar estos episodios. Cuando afloran dudas sobre la credibilidad de la política económica, es habitual ver salidas de capital aceleradas, presión sobre la moneda y tensiones en los mercados de deuda. Ese proceso puede cristalizar en una “fuga de capitales”: el sector privado prioriza activos en moneda extranjera, dejando al sector público sin financiamiento externo asequible.

Una consecuencia frecuente es la contracción del crédito y de la demanda interna, con impacto en el empleo y la inversión. Los bancos centrales, al perder reservas, ven limitada su capacidad de estabilizar el tipo de cambio, y los gobiernos afrontan condiciones más duras para colocar deuda. La corrección del desequilibrio externo llega a menudo “a las malas”, mediante devaluación y ajuste.

También aparece el fenómeno del “sudden stop”, o parada súbita: un frenazo abrupto de la financiación externa que obliga a ajustar importaciones, gasto y deuda a marchas forzadas. Es especialmente nocivo en economías endeudadas en moneda extranjera o con vencimientos concentrados.

  • Sudden stop

A escala de mercado, el cuadro de alerta temprana puede incluir caídas fuertes de las bolsas, depreciación acelerada de la moneda y repuntes inusuales en las rentabilidades de la deuda soberana. Cuando, en vez de refugiarse en bonos, los inversores salen incluso de la deuda pública, la señal sobre la confianza es clara.

Métodos de prevención y amortiguadores de política

La mejor receta es preventiva. Fortalecer las finanzas públicas, evitar niveles desmedidos de endeudamiento externo y apuntalar la competitividad exportadora reduce la probabilidad y la severidad de una crisis. Un marco creíble de política monetaria y cambiaria, con reglas claras, también ayuda a anclar expectativas.

Contar con colchones de reservas adecuadas y líneas de liquidez contingente marca la diferencia cuando llegan mal dadas. La profundidad del mercado local de deuda, la composición de la deuda externa (más largo plazo y a tipo fijo) y la moneda de denominación son factores que amortiguan el golpe.

Otro frente es el macroprudencial. Limitar los descalces de moneda y de vencimientos en el sistema financiero, y vigilar los flujos de capital de corto plazo, mitiga el riesgo de que un susto se convierta en accidente. En episodios críticos, la coordinación entre política fiscal, monetaria y regulatoria es clave para contener la hemorragia.

Por último, la transparencia y la comunicación importan. Una narrativa consistente que explique el estado de las cuentas externas, el plan de acción y los respaldos de liquidez ayuda a recomponer la confianza más rápido.

Contabilidad externa sin misterios: cuenta corriente, cuenta financiera y el “equilibrio” de la balanza

Conviene recordar que la balanza de pagos es, en esencia, un sistema de doble entrada. La cuenta corriente (bienes, servicios, rentas y transferencias) y la cuenta financiera (compras y ventas de activos) se reflejan entre sí con signo contrario, salvo por errores y omisiones: si hay déficit en cuenta corriente, tiene que existir superávit en la cuenta financiera, y viceversa.

Esto se ve con claridad en economías que arrastran déficits comerciales crónicos. Para comprar más de lo que venden, esas economías atraen ahorro del resto del mundo mediante emisiones de deuda, venta de acciones, bonos o activos reales. Ese flujo financiero “cierra” la contabilidad externa, pero aumenta la posición deudora frente al exterior.

Si por cualquier motivo ese caudal de financiación se reduce o se revierte, la película cambia. Suben los tipos de la deuda soberana, se encarece el crédito y las autoridades se ven empujadas a recortar gasto o subir impuestos para evitar tensiones de solvencia. La demanda interna se enfría, las importaciones caen y el déficit de cuenta corriente se corrige, pero a costa de menor actividad.

Una regla empírica muy citada para identificar episodios cambiarios severos es observar si el tipo de cambio acumula depreciaciones superiores al 25% en un año. Sin llegar a ese umbral, caídas notorias de la moneda combinadas con salidas de capital y alzas de rentabilidades constituyen señales precoces de tensión externa.

Casos históricos y recientes que marcan la pauta

La historia reciente ofrece un rosario de episodios cambiarios con un denominador común: desajustes externos persistentes y/o shocks de confianza que se vuelven ingobernables. Entre los más conocidos, destacan:

  • Crisis del Rodrigazo en Argentina (1975)
  • Crisis económica en Chile (1982)
  • Crisis del Sistema Monetario Europeo (1992)
  • Crisis económica de México (1994)
  • Crisis financiera asiática (1997)
  • Crisis financiera rusa (1998)
  • Crisis de diciembre en Argentina (2001)
  • Crisis económica en Venezuela (desde 2013)
  • Crisis cambiaria en Argentina (2018)

Estos episodios ilustran, con matices locales, cómo se combinan fundamentos y expectativas. Unos nacen de desequilibrios fiscales y de tipo de cambio fijo insostenible; otros, de contagios y de abruptas reversiones del flujo de capitales que exponen fragilidades preexistentes.

España: la otra cara de los déficits por cuenta corriente

El caso español ofrece una lectura valiosa sobre la interacción entre la cuenta corriente y la financiera. Durante años, los déficits por cuenta corriente implicaron que España importaba más de lo que exportaba, por lo que necesitaba financiación neta del exterior. En el lenguaje de la balanza de pagos, eso exigía un superávit equivalente en la cuenta financiera.

Entre 2002 y 2009, la posición deudora frente al resto del mundo aumentó con fuerza, hasta situarse en torno al 94% del PIB. Tras ese pico, el saldo externo se ajustó y la deuda externa bruta se estabilizó cerca del 90% del PIB, pero emergió un cambio inquietante en la composición del financiamiento: el “resto del mundo” pasó a reducir su exposición a España.

Las categorías de inversión en cartera (acciones y bonos con baja vocación de permanencia) y “otras inversiones” (depósitos y préstamos) se desplomaron en algunos trimestres, señal de desconfianza internacional. Esa brecha de financiación se cubrió, en buena medida, con el recurso al Eurosistema y rescates bancarios, vía refinanciación del BCE a las entidades españolas.

Este apoyo permitió sostener el flujo de financiación externa y, de paso, facilitar la colocación de deuda del Tesoro, con un componente muy elevado de inversores nacionales. Sin embargo, la dependencia de la liquidez del Eurosistema entraña un riesgo evidente: si los bancos de los países con exceso de ahorro deciden reubicar su dinero, la financiación puede tensionarse a la vez por el lado externo y por el de las subastas del Tesoro. La vulnerabilidad no reside solo en la deuda pública, sino también, y sobre todo, en la privada.

Estados Unidos: déficit comercial, superávit financiero y señales cruzadas de mercado

En Estados Unidos, el déficit comercial convive desde hace décadas con un superávit en la cuenta financiera. Cada dólar que sale por la compra de bienes y servicios es compensado por otro que entra para adquirir activos estadounidenses: bonos del Tesoro, acciones, inmuebles o inversión directa. Esa capacidad de atraer capital está íntimamente ligada al papel internacional del dólar.

Cuando esa atracción flaquea, se encienden las alarmas. En determinados periodos recientes se ha observado una combinación poco habitual: bolsas muy volátiles, dólar debilitándose frente a otras monedas y rendimientos de los bonos del Tesoro al alza, un patrón compatible con salidas netas de capital. En lugar de un “vuelo a la calidad” típico, los inversores reducen incluso su exposición a la deuda pública.

¿Implica eso una crisis inminente de balanza de pagos? No necesariamente. Para hablar de crisis cambiaria en toda regla, esas tendencias deberían prolongarse y profundizarse (por ejemplo, depreciaciones acumuladas superiores al 25% en un año). Aun así, el cuadro recuerda que credibilidad, gobernanza económica y previsibilidad de la política comercial importan, y mucho, para sostener el financiamiento externo.

La moraleja es clara: cuando el flujo de ahorro externo se interrumpe, el ajuste llega por el coste de la deuda, por la austeridad fiscal y por la desaceleración de la demanda e importaciones. Así se cierra “contablemente” la balanza, pero con un peaje en crecimiento y empleo.

La visión estructuralista: la balanza de pagos como restricción al crecimiento

Desde la perspectiva estructuralista latinoamericana, la balanza de pagos es algo más que contabilidad: es una restricción al desarrollo. Cuando el patrón productivo de las economías periféricas exige más recursos externos de los que pueden conseguir de forma estable, el crecimiento se ve constreñido por la disponibilidad de divisas.

En este enfoque, la balanza de pagos se entiende como la suma del resultado comercial y de los flujos de capital: entran divisas por exportaciones y financiación, y salen por importaciones, pagos de rentas e inversiones al exterior. Si el modelo productivo no genera suficientes exportaciones de valor añadido, la economía tropieza recurrentemente con el “cuello de botella externo”.

La consecuencia es conocida en la región: ciclos de expansión que chocan con la escasez de divisas, ajustes y devaluaciones que recortan el poder de compra y, con ello, el ritmo de inversión. De ahí la insistencia estructuralista en transformar la estructura productiva, diversificar exportaciones y elevar la productividad para aliviar la restricción externa de forma duradera.

Este marco no contradice los modelos de crisis por fundamentales o por expectativas; los complementa. Una economía con base exportadora robusta y financiación menos volátil es menos propensa a paradas súbitas, y tiene más margen para resistir embates especulativos sin sacrificar la estabilidad interna.

Del diagnóstico a la acción: señales operativas para responsables de política y mercados

Para autoridades económicas, una hoja de ruta útil pasa por cuatro frentes. Primero, reforzar solvencia y liquidez externas: reservas adecuadas y acceso a líneas contingentes. Segundo, marcos creíbles de política monetaria y fiscal. Tercero, vigilancia macroprudencial de los descalces en bancos y empresas. Cuarto, agenda de competitividad enfocada en exportaciones y atracción de inversión directa estable.

Para inversores y empresas, la observación de señales sirve de brújula. Un deterioro rápido de reservas, ampliación de primas de riesgo, depreciación acelerada y ventas generalizadas de activos locales sugieren que la defensa cambiaria puede ser costosa o fallida. La gestión del riesgo cambiario y de refinanciación en moneda extranjera es, en ese contexto, prioritaria.

También ayuda “leer” la composición de los flujos en la cuenta financiera. Las entradas por inversión de cartera son más volátiles que la inversión directa; si aquellas caen y estas se mantienen, el cuadro es menos frágil que cuando ambas se dan la vuelta a la vez. La presencia de un prestamista de última instancia internacional alivia tensiones, pero no sustituye los deberes de casa.

Las crisis de balanza de pagos combinan aritmética externa, expectativas y estructura productiva. Se desencadenan cuando el país no logra financiar su déficit externo sin agotar reservas o devaluar, pueden ser amplificadas por salidas de capital y ataques especulativos, y se mitigan con solvencia fiscal, colchones de liquidez, marcos creíbles y una base exportadora sólida. Los casos de España y Estados Unidos muestran que, aunque la contabilidad cierre por definición, la calidad y estabilidad de los flujos marcan la diferencia entre una corrección ordenada y un ajuste traumático.

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