Industrialización por sustitución de importaciones: qué es, cómo surge y qué implicaciones tiene

Última actualización: octubre 27, 2025
  • La ISI promueve producir localmente lo que antes se importaba, con protección temporal a industrias nacientes.
  • Nació en crisis globales y se sistematizó con la CEPAL y Prebisch, declinando con el Consenso de Washington.
  • Ofrece empleo y menor dependencia externa, pero con riesgos de ineficiencias y monopolios si se prolonga sin objetivos.
  • El éxito actual pasa por innovación, plazos claros y una inserción competitiva en cadenas globales.

Política económica de sustitución de importaciones

La llamada industrialización por sustitución de importaciones (ISI) fue, y vuelve a ser en ciertos debates, una apuesta por fabricar en casa lo que antes se compraba fuera. En su esencia, la propuesta busca que un país reduzca de forma deliberada su dependencia de bienes foráneos para impulsar su propio tejido productivo. La idea central: reemplazar importaciones por producción nacional, con el Estado como actor decisivo para poner en marcha esa transición.

No es una ocurrencia reciente ni un capricho proteccionista sin más. A lo largo del siglo XX, sobre todo en América Latina, África y parte de Asia, se ensayó como respuesta a crisis internacionales y a una relación comercial desigual. La ISI tomó forma en contextos de shocks externos —desde la Gran Depresión de 1929 hasta las posguerras mundiales—, cuando las potencias industrializadas restringieron sus ventas o las encarecieron, dejando a las economías periféricas con divisas menguantes y estanterías medio vacías.

Qué es la industrialización por sustitución de importaciones

En pocas palabras, hablamos de una estrategia de desarrollo que pretende proteger y “criar” industrias nacientes hasta que sean capaces de competir. Para ello se elevan aranceles, se fijan cuotas y se conceden subsidios y créditos a los productores locales. La pregunta que vertebra esta lógica es tan directa como poderosa: ¿por qué seguir importando aquello que puede fabricarse en el país?

Bajo este enfoque, se restringe la compra al exterior de manufacturas clave y se incentiva la oferta doméstica. El objetivo práctico es que las empresas locales ganen músculo productivo y tecnológico en un entorno resguardado, evitando que el choque frontal con grandes multinacionales termine ahogándolas antes de madurar.

Este modelo caló especialmente en países en desarrollo con una estructura productiva sesgada hacia materias primas y con fuerte dependencia del extranjero para bienes manufacturados. La ISI busca enderezar ese sesgo fomentando cadenas de valor propias, desde la fabricación de insumos hasta productos finales.

Industria local y protección arancelaria

Orígenes y contexto histórico

La idea de blindar y promover la producción nacional arranca de vieja data: en el mercantilismo europeo del siglo XVII ya se defendían aduanas y tarifas como palancas para una balanza comercial favorable. En Francia, el ministro Jean-Baptiste Colbert impulsó esquemas que hoy reconoceríamos como ancestros del proteccionismo moderno.

En el siglo XX, el impulso contemporáneo llega por la vía del trauma económico global. Tras 1929 y, más tarde, las dos guerras mundiales, Europa y otras potencias recortaron importaciones y subieron aranceles para defender sus economías. El golpe colateral lo recibieron los países periféricos: exportaban materias primas, pero dependían de manufacturas externas; al caer las divisas, optaron por fabricar lo que antes compraban.

La ISI prosperó durante los años cincuenta y sesenta en la región, pero perdió fuelle en los ochenta y noventa con la globalización y el llamado “Consenso de Washington”. La apertura comercial, la desregulación y la disciplina fiscal pasaron a ser la pauta, y muchos países desmontaron aranceles y subsidios sectoriales.

En América Latina, la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) y figuras como Raúl Prebisch pusieron fundamento teórico a este viraje. Se planteó una “desconexión” parcial del centro industrial para fortalecer el mercado interno, coordinar con el Estado y darles aire a industrias emergentes bajo protección temporal.

La ISI prosperó durante los años cincuenta y sesenta en la región, pero perdió fuelle en los ochenta y noventa con la globalización y el llamado “Consenso de Washington”. La apertura comercial, la desregulación y la disciplina fiscal pasaron a ser la pauta, y muchos países desmontaron aranceles y subsidios sectoriales.

Objetivos que persigue el modelo

La meta última de la ISI es la autonomía relativa frente a shocks externos y a la volatilidad del comercio internacional. De forma más concreta, se busca expandir la capacidad industrial local, elevar el empleo y mejorar la balanza de pagos reduciendo la factura de importaciones.

También pretende modificar la estructura productiva: de exportar básicamente materias primas a generar industrias con mayor valor añadido. Este salto cualitativo conlleva aprendizaje técnico, desarrollo de proveedores y, con suerte, la posibilidad posterior de exportar manufacturas.

Un propósito adicional es mejorar el poder de negociación internacional. Cuanto menos dependa un país de bienes críticos importados, más margen tiene para pactar condiciones comerciales o para absorber turbulencias sin desbarajustar su economía.

Herramientas y rasgos característicos

Para armar el ecosistema adecuado, el Estado suele desplegar un repertorio de políticas: aranceles y barreras no arancelarias a las importaciones de bienes finales, subsidios a sectores priorizados, créditos blandos y garantías públicas.

Otra pieza recurrente fue el manejo del tipo de cambio y de los precios relativos. En muchos casos se sobrevaloró la moneda nacional para abaratar la compra de maquinaria e insumos importados con los que arrancar la producción doméstica; a la vez, se encarecían importaciones de bienes finales para proteger el mercado interno.

Además, se limitaron o dificultaron las inversiones extranjeras directas en sectores estratégicos, con la intención de evitar que filiales de multinacionales desplacen o adquieran a bajo coste a emergentes nacionales. Asimismo, se facilitaron trámites y se abarataron créditos para nuevas plantas y ampliaciones.

No faltaron campañas para fomentar el consumo de “producto nacional”, ni programas de compras públicas que garantizasen demanda inicial a las fábricas locales. El conjunto busca crear “condiciones artificiales” de arranque para que la industria pase la travesía inicial sin naufragar.

Etapas típicas de implementación

En su diseño clásico, la ISI se desplegó en dos tiempos. Primero, un bloqueo parcial de manufacturas importadas (aranceles, cupos, normas técnicas estrictas) acompañado de estímulos a la industria liviana local: textiles, calzado, alimentos procesados, entre otros.

En una segunda fase, ya con cierto tejido consolidado y un mejor colchón de divisas, se avanzó hacia sectores intermedios y bienes duraderos: metalmecánica, química, electrodomésticos, automoción. La apuesta era subir peldaños tecnológicos y de complejidad para no quedarse en industrias básicas.

Ventajas y beneficios esperados

Cuando funcionó, se observaron impactos rápidos en el empleo urbano y en el dinamismo de pequeñas y medianas empresas a lo largo del territorio. La expansión de la red industrial arrastró servicios, logística y oficios asociados.

La protección inicial permitió fortalecer derechos laborales y ampliar coberturas sociales, apoyadas en el tirón de fábricas y talleres. El estado de bienestar mejoró en varios países, al menos durante los periodos de expansión.

Al disminuir la dependencia de mercados externos, la economía doméstica se volvió menos vulnerable a cierres comerciales o a crisis de socios. Esta “colchonería” macro fue muy valorada en tiempos de volatilidad internacional.

Con más actividad cerca de los centros de consumo, bajaron costes de transporte internos y se recortó, en algunos rubros, el precio final. Todo ello impulsó el consumo local y, durante ciertos ciclos, mejoró la calidad de vida.

Costes, límites y críticas frecuentes

Proteger industrias jóvenes no sale gratis. Los subsidios, exenciones y créditos blandos exigen recursos públicos significativos, y si la administración falla, pueden perpetuar sectores poco productivos a costa del contribuyente.

En mercados con baja competencia, proliferaron monopolios y oligopolios (a menudo estatales o paraestatales) que marcaron precios y limitaron la innovación. La intervención estatal, cuando careció de contrapesos, debilitó mecanismos de disciplina competitiva.

Otro problema fue la obsolescencia tecnológica por falta de presión competitiva: sin rivales globales, varias industrias se “acomodaron” y no invirtieron lo suficiente en modernizarse. Esto derivó en bienes menos eficientes y, a la larga, en pérdida de productividad.

También hubo impactos sobre los consumidores: menos variedad y, en ocasiones, precios al alza por el tirón de la demanda y por estructuras de mercado concentradas. Sin un diseño fino, la ISI pudo derivar en inflación de manufacturas y en mal uso de recursos.

Críticas contemporáneas añaden que centrarse demasiado en lo local puede restar capacidad de competir en el mundo. Si no se exporta y no se aprende de los mejores, se pierde el tren de la eficiencia y del cambio tecnológico.

CEPAL, Prebisch y la lectura estructuralista

La escuela de la CEPAL articuló una respuesta teórica a la “relación centro-periferia”. Para Prebisch y colegas, los países latinoamericanos necesitaban reorientar su patrón de especialización, construir mercado interno y coordinar inversiones desde el Estado para que las industrias “despegaran”.

La noción de “desconexión” parcial no abogaba por autarquía, sino por ganar grados de libertad frente a los vaivenes de precios internacionales y la “restricción externa” crónica de divisas. Versiones reformistas de la teoría de la dependencia confiaron en el empuje de empresarios locales bajo cobijo temporal.

Trayectoria: auge, declive y debates actuales

Tras su consolidación en los cincuenta y sesenta, la ISI fue cediendo paso en los ochenta y noventa. La agenda del “Consenso de Washington” promovió apertura, privatizaciones e integración comercial. Muchos países desmontaron barreras y buscaron atraer inversión extranjera como vía de modernización.

Sin embargo, las disrupciones de la última década —desde la pandemia de COVID-19 a cuellos de botella logísticos— reactivaron preguntas incómodas. ¿Es prudente depender tanto de cadenas globales para bienes estratégicos? Algunos gobiernos han reintroducido incentivos para producir insumos críticos en casa.

Hay ejemplos notorios: Estados Unidos impulsó, en años recientes, políticas de reindustrialización en sectores como semiconductores y automoción; China mantiene un esfuerzo sostenido para reducir dependencias tecnológicas clave; en África, varios países exploran volver a fabricar más localmente en agricultura y energía.

La experiencia de México

México vivió un caso emblemático. Tras el cierre del ciclo revolucionario en 1920, el Estado amplió su radio de acción y, con el tiempo, nacionalizó sectores estratégicos como petróleo, minería y ferrocarriles, reduciendo el control extranjero en nodos críticos de la economía.

Con Lázaro Cárdenas al frente y ya superada la Gran Depresión, se impulsó un crecimiento “hacia adentro”: carreteras, apoyo al agro y estímulos a la industria se combinaron para priorizar la producción interna. El Estado asumió un papel conductor del desarrollo.

Al llegar los años cuarenta, la manufactura mexicana era de las más dinámicas de la región. Subsidios selectivos, exenciones arancelarias y un contexto regional favorable permitieron ampliar oferta y exportar a países vecinos de América Latina.

En las últimas décadas, la integración en cadenas globales ha supuesto otro giro: México busca afianzar su posición en cadenas de suministro internacionales, firmando y actualizando acuerdos comerciales —también con socios asiáticos—, sin abandonar la ambición de fortalecer capacidades propias.

Argentina: crisis, reconversión y rebotes

Argentina vivió luces y sombras. La ISI ayudó en su momento a levantar sectores industriales nacionales, ahorrar divisas y reducir la dependencia externa. Pero también generó tensiones por precios elevados y asignaciones ineficientes de recursos.

La crisis de 2001 golpeó con dureza al aparato productivo: desindustrialización, cierre de empresas y desempleo se dispararon en un contexto de fragilidad macro. A partir de 2003, con una economía más ordenada, la industria volvió a crecer con persistencia, destacando el empuje manufacturero hasta 2007.

Fundamentos intelectuales: de Hamilton y List a Prebisch

En el sustrato doctrinal, la ISI entronca con Alexander Hamilton y Friedrich List, defensores del “proteccionismo educativo” para industrias incipientes en el siglo XVIII y XIX. La idea: blindaje temporal para ganar escala y conocimiento, tras lo cual competir “a campo abierto”.

En el siglo XX, Prebisch tradujo esa intuición a la realidad latinoamericana: una periferia especializada en materias primas con deterioro de términos de intercambio necesitaba virar su estrategia si quería ingresos y empleo más estables.

Pros y contras en la práctica

A favor: más empleo a corto plazo, red de pymes a lo largo del país, amortiguación frente a shocks externos y, en ocasiones, precios internos de ciertos bienes más contenidos por menores costes logísticos.

En contra: escalada de precios generales cuando la demanda interna sorprende a la oferta protegida, tendencia a monopolios u oligopolios, debilitamiento de la disciplina del mercado, y obsolescencia tecnológica por falta de competencia.

A esto se suman objeciones modernas: si se mira demasiado hacia adentro, se sacrifica competitividad e innovación internacional; además, los presupuestos públicos soportan el coste de subsidios e infraestructuras, algo inviable si no hay un plan de salida ordenado del proteccionismo.

¿Cuánto duró y por qué perdió impulso?

El ciclo fuerte de la ISI se extendió desde mediados del siglo XX hasta los años ochenta en gran parte de América Latina. Con la globalización y las recetas pro-mercado del FMI y el Banco Mundial, la marea giró hacia modelos abiertos, buscando eficiencia y atracción de capital.

No obstante, el mundo ha cambiado de nuevo. La pandemia y las tensiones geopolíticas han puesto en primer plano la resiliencia de cadenas de suministro. De forma selectiva, algunos países replantean producir localmente bienes críticos sin cerrar sus economías.

Aplicación práctica hoy: equilibrios finos

Si algo enseñan las experiencias pasadas es que la ISI puede funcionar como escalón de desarrollo, pero no como refugio permanente. La clave está en diseñar protecciones temporales, con metas de productividad y plazos claros.

Importa, y mucho, el eslabón de la innovación: apoyar I+D, capital humano y adopción tecnológica para que las empresas no se queden atrás. Sin esa apuesta, la protección solo gana tiempo, pero no cambia la trayectoria.

También conviene integrar lo local en las cadenas globales. Producir en casa y vender al mundo no son objetivos incompatibles: la dificultad está en encontrar nichos competitivos, estándares internacionales y escalas eficientes.

Lecturas y referencias para profundizar

Entre los materiales de divulgación y análisis destacan síntesis como las de Economipedia, recursos audiovisuales del sistema público argentino (Canal Encuentro) y artículos académicos accesibles vía plataformas como ScienceDirect.

En el plano universitario, resultan útiles los estudios de caso —por ejemplo, trabajos sobre Argentina y América Latina que revisan la vigencia de la ISI y sus matices—, así como revistas especializadas del ámbito iberoamericano dedicadas a economía y desarrollo.

En cuanto a etiquetas temáticas, la discusión suele agruparse en torno a economía, importaciones, industrialización y experiencias nacionales (México, Argentina, entre otras) para ordenar el debate y facilitar búsquedas.

La industrialización por sustitución de importaciones describe un camino con luces y sombras: cuando se diseña con cabeza, acota dependencias críticas y acelera el aprendizaje productivo; cuando se prolonga sin objetivos ni competencia, se vuelve cara e ineficiente. El equilibrio entre protección temporal, innovación sostenida e inserción inteligente en el comercio global es el arte que decide si este enfoque se convierte en palanca de desarrollo o en un callejón sin salida.

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