La crisis de 1929: causas, desarrollo y consecuencias de la Gran Depresión

  • La crisis de 1929 fue un colapso económico global originado en Estados Unidos con efectos devastadores.
  • Factores como la especulación bursátil y la desigualdad económica contribuyeron a la crisis.
  • El New Deal de Roosevelt introdujo la intervención estatal para estabilizar la economía.
  • La crisis llevó a un cambio en las políticas económicas y a un mayor rol del Estado.

crisis económica mundial

La crisis de 1929 es sin duda uno de los episodios económicos más impactantes del siglo XX. Ese colapso, originado en los Estados Unidos, tuvo ramificaciones económicas, políticas y sociales en todo el mundo. Más allá del desplome bursátil que tuvo lugar en la bolsa de Wall Street, lo que se vivió fue una auténtica desintegración de los pilares financieros que sostenían la economía global de la época.

El impacto de esta recesión no fue inmediato ni uniforme. Se extendió progresivamente, dejando tras de sí millones de desempleados, gobiernos en crisis y un sistema financiero internacional tambaleante. Comprender cómo se gestó, qué factores la desencadenaron y qué consecuencias tuvo es esencial para aprender de los errores del pasado y entender el rol del Estado en la economía moderna.

Antecedentes de la crisis

La bonanza de los años 20 en Estados Unidos fue el caldo de cultivo perfecto para una catástrofe económica. Tras la Primera Guerra Mundial, Estados Unidos se había posicionado como la primera potencia mundial, liderando en términos industriales, financieros y de consumo. El país gozaba de una economía en pleno auge: el desempleo estaba bajo, los salarios crecían y la producción se disparaba.

Más aún, la confianza en el sistema capitalista era total. Millones de ciudadanos invirtieron sus ahorros en la bolsa, con la esperanza de obtener beneficios rápidos. La especulación financiera se disparó, y se generalizó la compra de acciones a crédito, lo que aumentó el riesgo de un colapso en caso de alguna inestabilidad.

Durante este periodo, conocido como los Felices Años Veinte, se consolidaron grandes corporaciones, se impulsaron nuevas tecnologías y se vivió una sensación de prosperidad sin límites que, tarde o temprano, debía tocar techo.

Sin embargo, tras esa fachada de prosperidad, el sistema financiero tenía debilidades estructurales. Muchos bancos funcionaban sin regulación suficiente, y no existía ningún organismo que protegiese los depósitos de los ciudadanos. Además, se dependía excesivamente del crédito, tanto en el consumo diario como en las inversiones bursátiles.

crack del 29

El estallido: el crac bursátil de octubre de 1929

La burbuja especulativa que se había inflado durante años acabó estallando a finales de octubre de 1929. El día 24, conocido como el Jueves Negro, se produjo una venta masiva de acciones. Ese día, más de 12 millones de títulos cambiaron de manos, y muchos no encontraron comprador, lo que provocó una caída drástica de los precios.

A pesar de los intentos de grandes banqueros por contener el colapso comprando acciones a precios superiores, el pánico se extendió. El Lunes Negro (28 de octubre) y el Martes Negro (29 de octubre) consolidaron el desastre. Se vendieron más de 16 millones de acciones y el mercado perdió más de 30 000 millones de dólares en una semana, una cifra exorbitante para la época, incluso superior al presupuesto total del gobierno estadounidense.

La consecuencia inmediata fue una ola de quiebras bancarias. Muchos bancos ya habían prestado dinero para la compra de acciones, y al no poder recuperar esos préstamos, colapsaron. Miles de ciudadanos vieron desaparecer sus ahorros de un día para otro.

Al pánico financiero le siguió el económico y social: cientos de miles de trabajadores fueron despedidos, muchas empresas cerraron y el consumo interno se vino abajo. Se desató entonces la que se conoce como Gran Depresión, una crisis económica global sin precedentes hasta la fecha.

Causas profundas del colapso

Aunque el colapso de Wall Street fue el desencadenante inmediato, las causas de la crisis de 1929 eran múltiples y se habían gestado durante años. Entre las principales destacan:

  • Especulación bursátil generalizada: Millones de personas compraban acciones esperando que subieran de valor para venderlas. Pero estas subidas no estaban respaldadas por el rendimiento real de las empresas.
  • Uso del crédito para invertir: Muchos inversores compraron acciones a crédito. Cuando los precios bajaron, no pudieron cubrir sus deudas.
  • Desigualdad en la distribución de la renta: Aunque el país crecía, la riqueza se concentraba en una minoría. Las clases medias y bajas no generaban suficiente demanda para absorber toda la producción.
  • Sobreproducción industrial y agrícola: Las empresas producían más de lo que se podía consumir, lo que generó acumulación de stocks y caída de precios.
  • Debilidad del sistema bancario: Muchos bancos eran pequeños, no estaban regulados y no tenían reservas suficientes.
  • Políticas económicas ineficaces: El gobierno seguía principios liberales que creían que el mercado se autorregulaba, sin intervención estatal.

El impacto en Estados Unidos

En muy pocos años, Estados Unidos pasó del esplendor económico al colapso absoluto. En 1932, el desempleo alcanzó los 12 millones de personas, lo que representaba un 25% de la población activa. Cientos de miles de granjas y casas fueron embargadas, y muchas personas acabaron viviendo en condiciones de miseria.

Los bancos, que no pudieron resistir la retirada masiva de depósitos, quebraron por miles. Solo en 1931, más de 2 000 entidades financieras cerraron. La falta de crédito paralizó la actividad económica, y el comercio interior se redujo a niveles dramáticos.

Los sectores más afectados fueron la industria y la agricultura. Los precios agrícolas cayeron en picado, y muchos agricultores perdieron sus tierras. A esto se sumó la gran sequía del Dust Bowl en el Medio Oeste del país, que arruinó aún más a los campesinos y agravó el éxodo rural.

Se crearon barrios marginales conocidos como «Hoovervilles», nombre irónico en alusión al presidente Herbert Hoover, a quien se culpaba de no haber intervenido con la celeridad necesaria. Su política de austeridad y su creencia en la autorregulación del mercado fueron duramente criticadas.

La repercusión internacional

La crisis de 1929 no fue solo estadounidense. Pronto afectó a otros países, sobre todo aquellos que dependían económicamente de Estados Unidos. Europa, que apenas se estaba recuperando de la Primera Guerra Mundial, se vio de nuevo en problemas.

El comercio internacional se desplomó. Los países adoptaron medidas proteccionistas como aranceles, lo que contrajo aún más las exportaciones. Como reflejo, Estados Unidos aprobó en 1930 la Ley Smoot-Hawley, que elevaba los impuestos a productos importados, empeorando la situación mundial.

Países como Alemania, Austria y Gran Bretaña sufrieron también crisis bancarias. En 1931, el Creditanstalt de Austria (uno de los bancos más importantes del país) quebró, arrastrando a otras entidades del continente.

En América Latina, las economías basadas en la exportación de materias primas también se hundieron. El café brasileño, el azúcar cubano o el petróleo venezolano perdieron valor, y muchos países se vieron obligados a cambiar sus modelos económicos.

Las primeras respuestas ante la crisis

Inicialmente, muchos gobiernos mantuvieron políticas económicas ortodoxas: austeridad fiscal, equilibrio presupuestario y ningún tipo de ayuda estatal directa. Estas medidas solo profundizaron la crisis y ralentizaron la recuperación.

En 1932 se realizaron conferencias internacionales para buscar soluciones conjuntas, pero no se logró la cooperación necesaria. Cada país intentaba proteger su economía sin pensar en el impacto global.

No obstante, algunos países que abandonaron el patrón oro y devaluaron su moneda comenzaron a recuperarse antes. Esta libertad monetaria les permitió impulsar el crédito y estimular la economía.

Francia, Suiza y otros países conservadores, que mantuvieron el patrón oro hasta 1936, tardaron más en salir de la recesión.

El New Deal: respuesta del Estado

En 1933, asumió la presidencia estadounidense Franklin D. Roosevelt. Su propuesta, el New Deal, fue un giro total respecto a la política anterior. Se trataba de un ambicioso plan para reactivar la economía mediante la intervención del Estado.

Se introdujeron políticas de gasto público, programas de empleo y reformas estructurales. Se creó el Seguro Social, se protegieron los derechos de los trabajadores y se reguló el sistema financiero con leyes como la Glass-Steagall para separar la banca comercial de la de inversión.

El programa incluyó también grandes inversiones en infraestructuras, viviendas, electricidad rural y apoyo a la agricultura. Aunque no resolvió todos los efectos de la crisis, el New Deal ayudó a estabilizar la economía y restauró la confianza en el sistema.

Además, el enfoque de Roosevelt y las ideas del economista John Maynard Keynes consolidaron una nueva visión económica: el Estado debía intervenir activamente en la economía para garantizar el empleo y la estabilidad.

La crisis, el desempleo y los efectos sociales

El desempleo fue una de las manifestaciones más graves de la crisis. En Estados Unidos, el paro afectó a millones, pero en Europa y América Latina tampoco se libraron. Las colas para recibir comida gratuita, los comedores sociales y los campamentos improvisados fueron una estampa habitual en las ciudades.

La pérdida de empleos y de ahorros llevó a una profunda desmoralización social. Muchos ciudadanos que habían confiado en el sistema se sintieron traicionados. El nivel de pobreza creció, y se dispararon los problemas de salud, desnutrición y delincuencia.

El sector agrícola fue especialmente golpeado. Las cosechas no se vendían, los precios caían y los agricultores no podían permitirse cubrir los costes de producción. El abandono del campo y el éxodo rural se intensificaron, sobre todo en países como Estados Unidos, donde el Dust Bowl obligó a emigrar a cientos de miles.

En América Latina, la crisis propició la migración del campo a las ciudades. Muchos países comenzaron a aplicar políticas de sustitución de importaciones, fortaleciendo la industria local frente al colapso del comercio internacional. Esto provocó el auge de nuevos sectores urbanos y sentó las bases para una nueva etapa de industrialización.

Repercusiones políticas y cambios estructurales

La Gran Depresión trajo consigo cambios políticos profundos. En Alemania, el desempleo masivo y el malestar social fueron factores que favorecieron el ascenso del nazismo y de Hitler al poder en 1933. En Italia, algo similar ocurrió con el fascismo de Mussolini.

En otras partes del mundo, la crisis cuestionó las democracias liberales y llevó a muchos países a experimentar con distintos modelos autoritarios o populistas. La falta de soluciones eficaces desde el liberalismo clásico generó una desconfianza en el sistema, lo que fue aprovechado por ideologías extremistas.

Sin embargo, también dio lugar a importantes reformas estructurales. Se consolidó el papel del Estado como regulador de la economía, se crearon sistemas de seguridad social y se establecieron mecanismos internacionales, como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial años más tarde.

Muchos países adoptaron nuevas estrategias económicas. Las políticas keynesianas se impusieron como respuesta frente a las crisis cíclicas del capitalismo. El gasto público, el empleo estatal y el control financiero fueron vistos como herramientas legítimas para evitar depresiones futuras.

La experiencia del New Deal mostró que intervenir en la economía no solo era deseable, sino necesario. La crisis de 1929 dejó una huella imborrable en la historia económica mundial. Su magnitud, las lecciones que dejó y las transformaciones que impulsó aún se reflejan en muchos aspectos de la economía contemporánea. Aunque cada recesión presenta particularidades propias, el crac del 29 es recordado como un punto de inflexión que marcó el fin de una era de laissez-faire y el inicio de un periodo en el que el Estado asumió un rol mucho más activo y necesario para garantizar el bienestar colectivo. La importancia de la regulación, la cooperación internacional y la intervención pública siguen siendo enseñanzas clave que vale la pena recordar en cualquier contexto económico actual.

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