La gran sacudida del petróleo que redefinió la economía global

Última actualización: octubre 24, 2025
  • El embargo árabe tras la guerra del Yom Kipur activó recortes y subidas que multiplicaron el precio del crudo y provocaron estanflación.
  • EEUU sufrió colas, racionamiento y recesión, Europa giró a la eficiencia, el nuclear y el mar del Norte; España afrontó ajustes y alta inflación.
  • La OPEP ganó poder, el Golfo acumuló riqueza y se reordenó la geopolítica con Camp David y la alianza Washington-Riad.
  • A largo plazo, la elasticidad de oferta y demanda, el fracking y la diversificación redujeron la dependencia, aunque los riesgos persisten.

Crisis del petróleo en los años setenta

A medio siglo de aquella sacudida, la llamada crisis del petróleo sigue siendo un caso de manual sobre cómo la energía puede reordenar la economía y la geopolítica de un plumazo. En los últimos tiempos, con nuevos conflictos en Oriente Medio en el foco, han vuelto los temores a un contagio regional que recuerdan, aunque sea de lejos, aquel momento en que los productores árabes cerraron el grifo para presionar a Occidente.

El detonante de 1973 no llegó de la nada: décadas de enfrentamientos tras la fundación de Israel en 1948, el trauma árabe de 1967 y la guerra del Yom Kipur abrieron la puerta a una estrategia inédita. Cuando Washington decidió respaldar militarmente a Israel, los exportadores árabes coordinaron recortes de producción y un embargo selectivo que multiplicó el precio del crudo y paralizó economías enteras.

Cómo era el mundo cuando estalló la tormenta

En 1973, el planeta vivía inmerso en la Guerra Fría: Estados Unidos y la URSS evitaban el choque directo, pero se medían a través de terceros. El miedo nuclear convivía con una sociedad de consumo en auge que giraba alrededor del coche, y con un sistema energético que dependía del petróleo barato. Hasta entonces, el oro negro había sido asequible para las economías occidentales, que lo obtenían en Oriente Medio a precios ventajosos a través de grandes compañías.

Aquel petróleo fácil, unido al papel crecientemente estratégico de la región, alimentó un equilibrio frágil. La creación del Estado de Israel, los éxodos y guerras sucesivas y las tensiones por los territorios ocupados tras 1967 prepararon el escenario. La dependencia del crudo y la inestabilidad regional se abrazaron de forma explosiva cuando llegó octubre de 1973.

Del Yom Kipur al embargo: la palanca del petróleo

El 6 de octubre de 1973, Egipto y Siria atacaron por sorpresa en el Sinaí y los Altos del Golán, con la vista puesta en recuperar los territorios perdidos en 1967. Moscú suministró material a sus aliados y, en respuesta, la administración estadounidense aprobó un puente aéreo de ayuda militar a Israel. Esa decisión encendió todas las alarmas en el mundo árabe, donde la idea de usar el petróleo como arma de presión cobró fuerza definitiva.

Once días después de comenzada la guerra, los exportadores árabes anunciaron recortes de producción y un embargo contra los países que apoyaban a Israel. La lista golpeó directamente a Estados Unidos y alcanzó a aliados europeos, con especial mención a Países Bajos, y se extendió también a otros como Portugal y Sudáfrica. La coordinación tuvo dos patas: una subida de precios y un ajuste de oferta del entorno del 25 por ciento que, en cuestión de meses, descolocó la economía mundial.

Arabia Saudí, con el rey Fáisal al frente, ejerció un liderazgo determinante en el seno de la OPEP y del grupo árabe exportador. Diversas fuentes subrayan que el presidente egipcio Anwar el-Sadat fue clave para inclinar la balanza hacia el embargo si Washington armaba a Israel. No era solo la guerra: irritaba también la decisión de 1971 de romper con el patrón oro, que dejó al dólar a merced de su cotización frente a otras divisas. Para quienes vendían crudo en dólares, la devaluación de la moneda implicaba ingresos más inciertos, y el petróleo devino palanca política y financiera.

En aquel clima, el bloque árabe actuó con una unidad poco frecuente, lo que amplificó el impacto de su jugada. De hecho, en los primeros compases se anunció una subida del precio del barril del 17 por ciento, que pronto se quedaría corta ante la escalada posterior. El objetivo era inequívoco: forzar a Estados Unidos y a sus socios a exigir a Israel pasos concretos en los territorios ocupados y en el reconocimiento de los derechos palestinos. La guerra, la divisa y la energía se cruzaron en un mismo tablero.

El impacto inmediato: precios por las nubes y colas en las gasolineras

Los efectos se notaron de forma fulminante. El precio del barril, que rondaba los 2,90 dólares en verano, saltó hasta aproximadamente 11,65 a finales de año. En apenas cinco meses, la referencia se multiplicó varias veces, y hubo estimaciones que apuntaron a un aumento superior al 300 por ciento en ese lapso. En Estados Unidos, las estaciones de servicio se quedaron sin gasolina con frecuencia, se implantaron racionamientos y las colas de coches se hicieron icónicas.

Para un país que había hecho del automóvil un símbolo de libertad, el shock resultó brutal. La economía entró en recesión, con una caída del PIB acumulada de en torno a un 6 por ciento hasta 1975 y un repunte del paro que dobló su tasa hasta acercarla al 9 por ciento. Analistas de seguridad llegaron a afirmar que Arabia Saudí causó a la economía estadounidense un daño sin precedentes en su historia contemporánea. La diplomacia se puso a toda máquina: Henry Kissinger se lanzó a una intensa ronda de contactos para negociar el fin del embargo.

El cerrojo se levantó en marzo de 1974, una vez detenido el fuego y alcanzados acuerdos de separación de fuerzas. Familias y empresas respiraron, pero el mundo que salió del otro lado ya no era el mismo. La era del petróleo barato había terminado, y el precio del crudo se convertiría desde entonces en un termómetro de la estabilidad regional y un factor macroeconómico de primera magnitud.

Europa occidental: estanflación y cambios a contrarreloj

La Comunidad Económica Europea, entonces con nueve miembros, padeció una combinación especialmente dolorosa: inflación alta y crecimiento anémico, la temida estanflación. En varios países se ensayaron controles de precios de la energía que, además de distorsionar señales, agravaron las tensiones de oferta. Las economías europeas, al igual que Japón y Estados Unidos, dependían del petróleo en más de un 40 por ciento, así que el golpe fue transversal.

Hubo, sin embargo, respuestas de calado que marcarían la hoja de ruta durante décadas. Francia apostó decididamente por la energía nuclear, el norte de Europa aceleró la explotación de yacimientos del mar del Norte y se multiplicaron los incentivos al ahorro y a la eficiencia energética. También cambió la organización de horarios para estirar la luz natural. En 1974, España fue de las primeras en Europa en formalizar un ajuste horario con visión de ahorro, seguida por Francia en 1976 y Portugal en 1977.

España ante el crudo caro: del auge al ajuste

La economía española llegaba a 1973 tras un crecimiento muy intenso desde 1960, con industrialización, boom del turismo y un fuerte trasvase del campo a la ciudad. Aun así, persistían brechas: el PIB per cápita rondaba el 64 por ciento del promedio europeo y la inflación ya corría al 9 por ciento anual entre 1970 y 1973. Con dos tercios de su consumo energético dependiente del crudo importado, el salto de precios resultó especialmente doloroso. El Estado mitigó parte del golpe reduciendo impuestos sobre los derivados, pero el precio en gasolineras subió alrededor de un 20 por ciento y la recaudación cayó cerca de un 35 por ciento.

El encarecimiento arrastró una escalada de salarios y costes que desbordó la inflación. La tasa interanual rozó el 20 por ciento, el déficit exterior superó los 4.000 millones de dólares y el saldo fiscal se deterioró. Las tensiones llevaron a ajustes industriales de gran calado y a un enfriamiento económico que desembocó en crecimiento negativo hacia 1979. El país tuvo que repensar su estructura productiva en un contexto global mucho más volátil.

La OPEP se fortalece y el Golfo se enriquece

Si el mundo importador se llevó la peor parte en 1973-1974, los exportadores de Oriente Medio entraron en una fase de crecimiento acelerado. Las nacionalizaciones de los sesenta y setenta y la escalada de precios convirtieron a las monarquías del Golfo en receptoras de enormes flujos de divisas. Kuwait, Arabia Saudí, Catar y Emiratos Árabes Unidos cimentaron su riqueza en esos años, financiando infraestructuras, educación y unas cuentas públicas muy holgadas.

La OPEP, que hasta entonces había tenido un rol más discreto, sumó miembros y se consolidó como cartel influyente. Sus decisiones sobre cuotas y objetivos de producción pasaron a mover mercado y titulares. Muchos países en desarrollo, también en América Latina, vieron en el petróleo una vía de ingreso acelerado y apostaron por expandir exportaciones. En paralelo, Estados Unidos y Arabia Saudí estrecharon lazos para asegurar el flujo de crudo, inaugurando una relación de décadas con implicaciones regionales y globales.

Las dinámicas geopolíticas también se reordenaron. La demostración de fuerza militar egipcia en 1973 favoreció el proceso que llevaría a los Acuerdos de Camp David en 1978: Israel devolvió el Sinaí a Egipto a cambio de paz, y Egipto se convirtió en el primer país árabe en reconocer al Estado israelí. La figura de Anwar el-Sadat ganó prestigio en Occidente como interlocutor de paz, mientras que en el mundo árabe esa decisión fue polémica. En 1975, el rey Fáisal fue asesinado por un sobrino durante una recepción en Riad; circularon sospechas sin pruebas concluyentes sobre posibles injerencias externas. Y, en Estados Unidos, Richard Nixon acabó dimitiendo en 1974 por el caso Watergate.

Oferta, demanda y el fin del petróleo barato

Muchos vaticinaron en 1973 una crisis sin salida y un camino inevitable hacia precios siempre al alza. El tiempo fue más matizado. Tras varios años de encarecimiento, el crudo vivió ciclos pronunciados: en 2008 llegó a marcar más de 147 dólares por barril, para después desplomarse con la crisis financiera. Si se ajustan las cifras por la inflación, un barril actual puede equivaler a poco más de 8 dólares de 1974, lo que evidencia que, en términos reales, no hay una tendencia recta ininterrumpida.

La teoría económica ayuda a comprenderlo: la demanda es más elástica en el largo plazo que en el corto. Ante subidas fuertes, consumidores y empresas tardan en reaccionar, pero acaban sustituyendo equipos, cambiando hábitos y mejorando la eficiencia. Del lado de la oferta, los precios altos abren puertas tecnológicas y geológicas: yacimientos antes marginales pasan a ser rentables, y nuevas técnicas, como la fractura hidráulica, multiplican la producción cuando el mercado lo permite.

El petróleo tiene, además, sustitutivos parciales cuyo despegue depende del umbral de rentabilidad. El coche eléctrico, la electrificación del calor, la eficiencia industrial o el auge del gas natural licuado han ido ganando terreno cuando los precios del crudo o del gas incentivaban el cambio. En Estados Unidos, el desarrollo del shale redujo la dependencia externa de forma drástica, hasta el punto de que desde 2020 el país ha exportado más petróleo del que importa en términos netos en varios ejercicios.

Ecos contemporáneos y lo que cambia respecto a 1973

Las turbulencias nunca se fueron del todo. A finales de la década de 2000, el crudo coqueteó con los 140 dólares por barril, un máximo histórico impulsado por un cóctel de demanda global y tensiones geopolíticas, entre ellas guerras en Oriente Medio. En los últimos años, nuevos conflictos han reavivado los riesgos de interrupciones: hay escenarios en los que, si se sumaran actores regionales de peso, los precios podrían escalar a la zona de tres dígitos. No faltan análisis que sitúan un techo potencial por encima de 120 de la divisa europea si el conflicto se ampliara y hubiera sanciones energéticas adicionales.

Con todo, la foto de fondo hoy no replica la de 1973. Las economías avanzadas dependen menos del crudo de Oriente Medio, los mix energéticos están más diversificados y la elasticidad de la demanda a medio plazo es mayor. Estados Unidos es un proveedor clave, Europa ha ampliado fuentes y redes, y las renovables y el gas natural licuado han hecho de colchón. Aun así, la guerra en Ucrania mostró que la vulnerabilidad energética persiste, especialmente en el gas, y tensionó la inflación en la eurozona, obligando al BCE a subir con fuerza los tipos de interés.

La lección no es únicamente petrolera: la Comisión Europea empuja la llamada autonomía estratégica para reducir dependencias críticas tanto en energía como en componentes tecnológicos. Reforzar la industria de semiconductores en territorio europeo y asegurar cadenas de suministro más resilientes forma parte de un mismo aprendizaje. La seguridad económica se entiende ya como seguridad nacional, un concepto que la crisis del 73 puso en el mapa de manera contundente.

También cambiaron hábitos cotidianos que hoy damos por hechos. A raíz del shock del crudo, Europa generalizó medidas de ahorro, desde límites de velocidad hasta ajustes horarios estacionales para aprovechar la luz del día. En España, el cambio de hora aprobado en 1974 fue uno de los primeros, con el objetivo de comprimir el consumo en los picos de actividad. La eficiencia energética se convirtió en política pública prioritaria, y la industria automovilística giró hacia vehículos más ligeros y contenidos en consumo, una tendencia que luego se extendió a todo el mundo desarrollado.

En Oriente Medio, la subida de precios y la nacionalización de recursos consolidaron el peso regional de las monarquías del Golfo y de sus empresas estatales. La petrolera saudí Aramco figura hoy entre las mayores compañías cotizadas del planeta, con beneficios récord que reflejan la enorme capacidad de generación de caja del sector cuando los precios acompañan. El rol de Riad dentro de la OPEP ha sido a menudo el de moderar recortes para equilibrar mercado y mantener relaciones estables con grandes consumidores, aunque las estrategias han variado con el tiempo.

A la vista de todo ello, la crisis del petróleo de 1973 fue mucho más que un episodio de precios. Cambió la estructura del poder, alteró el rumbo de la política económica y obligó a replantear el metabolismo energético de medio planeta. El eco sigue sonando hoy porque el combustible fósil continúa teniendo un peso decisivo, aunque la transición avance y los objetivos climáticos apunten hacia otro paradigma. La combinación de geopolítica, divisas y materias primas que se vio entonces permanece como un recordatorio de que la energía es, ante todo, un asunto estratégico.

Mirando atrás sin nostalgia, lo que ocurrió ayuda a explicar por qué Occidente invirtió en diversificación y resiliencia, por qué Oriente Medio multiplicó su influencia y por qué, a día de hoy, las economías preparan planes de contingencia ante posibles interrupciones. La crisis del 73 enseñó que la seguridad de suministro, la estabilidad macro y la diplomacia van de la mano. Ese es quizá su legado más duradero: un aviso de que el bienestar de millones depende de decisiones que se toman, a veces, en un puñado de salas de juntas y salones diplomáticos.

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