Movimiento social: definición, tipos, historia y ejemplos

Última actualización: octubre 30, 2025
  • Qué es un movimiento social, sus rasgos WUNC y cómo se diferencia de partidos y lobbies.
  • Tipos y periodización: de los clásicos a los nuevos, con repertorios y horizontes distintos.
  • Medios, Internet y teorías clave (recursos, identidad, proceso) para entender su impacto.
  • Casos emblemáticos y papel de mujeres e instituciones en ciclos de cambio social.

movimiento social

Cuando hablamos de movimientos sociales nos referimos a formas sostenidas de acción colectiva que cuestionan el statu quo y persiguen transformaciones concretas en normas, leyes o valores. No son una simple protesta de un día, ni un partido formal: funcionan como redes vivas de interacciones entre personas, colectivos y organizaciones que comparten una causa y la empujan en el tiempo.

En el ámbito de la sociología y la ciencia política, estas dinámicas se entienden como una pieza central del cambio social. De ahí que conceptos afines como «actores sociales» o «lucha de clases» ayuden a completar el cuadro. Más allá de etiquetas académicas, lo crucial es su capacidad para canalizar descontentos, tejer identidades colectivas y abrir grietas por donde entra aire fresco en el debate público.

Definiciones y rasgos esenciales

En su sentido más amplio, un movimiento social es una acción colectiva sostenida por una red más o menos organizada de personas que recurre sobre todo a vías no institucionales para promover o frenar cambios. Desde la politología se subraya su naturaleza de «redes informales (o redes de redes)» mantenidas por un compromiso continuado, con un adversario reconocible y un objetivo común claramente articulado.

Ahora bien, conviene distinguir estos fenómenos de tres cosas: 1) son algo distinto de una protesta aislada que se apaga al día siguiente; 2) no son partidos, porque no compiten por gobernar; y 3) tampoco son meros grupos de presión, ya que su horizonte de cambio acostumbra a ser más amplio que la defensa de intereses sectoriales.

Una propuesta muy influyente indica que los movimientos sociales combinan tres ingredientes: campañas sostenidas de demandas a autoridades pertinentes; repertorios de acción (alianzas ad hoc, asambleas, manifestaciones, presencia mediática, propaganda); y demostraciones WUNC, esto es, Valor (Worthiness) —conducta sobria, cuidado en las formas—, Unidad (Unity) —símbolos compartidos—, Número (Numbers) —multitudes, firmas— y Compromiso (Commitment) —persistencia pese a costes como clima adverso o riesgos.

Comparten además varios rasgos: son redes de interacción, levantan y habitan una identidad colectiva, se articulan alrededor de un conflicto o problema compartido, despliegan estrategias de acción colectiva y cuidan la continuidad en el tiempo mediante vínculos estables. En esta línea, hay quien matiza que algunos movimientos son transitorios: emergen para un objetivo concreto y se disuelven al alcanzarlo.

  • Red relacional de individuos, grupos y organizaciones.
  • Identidad compartida que da sentido y pertenencia.
  • Continuidad más allá del evento puntual.
  • Repertorios creativos de protesta y comunicación.
  • Orientación al cambio de normas, políticas o valores.

Origen del concepto y periodización

El término «movimiento social» lo popularizó en el siglo XIX Lorenz von Stein, quien lo vinculaba a las aspiraciones de las clases para influir en el Estado ante desigualdades económicas. Décadas después, en la Alemania de los setenta, el concepto resurgió con fuerza a propósito de las iniciativas cívicas locales que desbordaban los canales tradicionales.

Una periodización habitual distingue cinco grandes etapas: 1) siglo XIX y primera mitad del XX: nacionalismos, obrerismo y sufragismo; 2) años 60 y 70: nuevos movimientos (derechos civiles, feminismo, ecologismo, pacifismo, indígenas, LGTB); 3) años 80: novísimos (okupa, antirracismo); 4) años 90: antiglobalización; 5) siglo XXI: movilizaciones glocales como 15‑M, Occupy o MeToo.

Organización, estrategias y su relación con las instituciones

Frente a partidos u ONG con estructuras rígidas, los movimientos sociales suelen apostar por la horizontalidad y una plasticidad organizativa que hacen de la propia forma de organizarse parte del mensaje. No es raro que con el tiempo, y al entrar en diálogo con instituciones, vayan institucionalizando prácticas y se parezcan más a organizaciones convencionales.

En sus medios de acción privilegian lo no convencional (huelgas, manifestaciones, encierros, desobediencia civil; en ocasiones, episodios violentos), vigilando la legitimidad social de sus actos y exigiendo cambios de reglas cuando consideran que el sistema bloquea sus demandas. Esa tensión «antisistémica» inicial suele moderarse si el movimiento logra abrir puertas de interlocución.

La relación con partidos es variada: se han descrito modalidades como articulación, permeabilidad, alianza, independencia y transformación. Las dos primeras comprometen más la autonomía, mientras que independencia y transformación protegen mejor el proyecto del movimiento, sin negar espacios de cooperación táctica.

Medios, opinión pública e Internet

La cobertura mediática tradicional ha tendido a privilegiar la voz gubernamental por múltiples razones: rutinas informativas, dependencia económica, marcos ideológicos dominantes o concepciones de representación democrática que otorgan legitimidad prima facie a autoridades. Los movimientos han respondido cultivando estrategias de comunicación y generando hechos noticiosos con alto valor simbólico.

Con la web 2.0 se produjo un salto: Internet y las redes sociales permitieron superar gatekeepers, coordinar convocatorias en tiempo real, atraer apoyos y construir relatos transnacionales. Casos como WikiLeaks, Túnez 2010‑2011, la revolución egipcia de 2011, Occupy Wall Street, el 15‑M, las protestas anti‑austeridad en Grecia o Brasil 2013 (y, más tarde, movilizaciones en Bolivia en 2019) ilustran esa potencia de propagación en red.

La difusión depende de redes densas de personas con lazos y visiones afines que conectan con otras a través de «puentes» sociales. A ello se suma la figura de líderes emergentes —desde referentes históricos a activistas que saltan del anonimato— y la existencia de disparadores (un abuso policial, una sentencia polémica, un caso de corrupción) que catalizan malestares latentes.

Teorías y marcos analíticos

Los estudios sobre movimientos sociales han producido varios enfoques. Entre los más citados están la teoría del comportamiento colectivo, la privación relativa, la sociedad de masas, la tensión estructural, la movilización de recursos, el proceso político, la perspectiva de encuadre y la corriente de nuevos movimientos sociales. Cada una enfatiza factores distintos (estructura de oportunidades, recursos, marcos interpretativos, identidades, etc.).

El debate contemporáneo enfrenta (de manera fructífera) la mirada de movilización de recursos —que subraya organización, estrategia y acceso a apoyos— con el acento en identidades y cambios culturales, donde nombres como Touraine o Melucci destacan. Además, trabajos de referencia han revisado definiciones para precisar fronteras con términos próximos como grupos de interés, coaliciones o subculturas, insistiendo en el valor analítico del concepto de movimiento social.

Tipologías: alcance, cambio, temporalidad y extensión

Por su alcance, cabe distinguir entre movimientos reformistas —buscan cambios parciales de normas o leyes (p. ej., ampliar derechos laborales, regular prácticas ambientales, introducir o revertir políticas públicas)— y movimientos radicales, que pretenden transformaciones de calado sistémico (p. ej., transiciones democráticas o inclusión plena de sectores marginados en la vida urbana).

Por su tipo de cambio, encontramos iniciativas innovadoras —introducen nuevas normas o valores (como promover marcos de seguridad ante la singularidad tecnológica)— y conservadoras, orientadas a preservar reglas o prácticas vigentes frente a alteraciones percibidas como dañinas (desde el ludismo decimonónico a posiciones contrarias a determinadas innovaciones).

Por su temporalidad, se habla de movimientos «viejos» (o clásicos), con base en grandes clivajes de la sociedad industrial —clase, nación, religión— y objetivos materialistas (vivienda, derechos, salarios), y movimientos «nuevos», predominantes desde los 60‑70, que pivotan sobre identidad, calidad de vida y derechos civiles (feminismo de segunda ola, ecologismo, LGTBIQ+, antipatriarcalismo, pacifismo).

Por su extensión, los hay globales (transnacionales) —desde las Internacionales obreras al Foro Social Mundial o redes anarquistas— y locales, centrados en metas de proximidad (proteger un paraje, preservar un edificio amenazado, impulsar una red de cuidados de barrio).

  • Sindicalismo y defensa de derechos laborales.
  • Ecologismo y sostenibilidad ambiental.
  • Antiespecismo y extensión de consideraciones morales a animales.
  • Pacifismo y rechazo de la violencia política.
  • Feminismo e igualdad de género.
  • Antirracismo y combate a la discriminación étnico‑racial.
  • Anticomunismo y énfasis en libertades individuales.
  • Antifascismo frente a ideologías autoritarias.
  • Movimiento LGTB y ampliación de derechos sexuales y familiares.
  • Anticonsumismo y crítica a la hiperconsumo.
  • Antiglobalización y alternativas al modelo vigente.
  • Laicismo y separación entre Estado y religiones.
  • Teología de la liberación y opción preferente por los pobres.

Actores afines: de lobbies a movimientos

En el ecosistema de la acción colectiva conviven grupos de presión que buscan influir en políticas para intereses acotados; ONG con fines solidarios o de ayuda (a veces también presionan); organizaciones temáticas volcadas en una causa concreta; y movimientos sociales, que articulan redes amplias, valores compartidos y protestas recurrentes con vocación transformadora más allá de un expediente concreto.

Principios de funcionamiento y el papel de las instituciones de desarrollo

Los movimientos suelen nacer de abajo arriba, de experiencias y principios de la gente, y se expanden cuando aflora un disparador (un hecho simbólico que cataliza). Para crecer, necesitan mensajes eficaces, primeras acciones contundentes, y liderazgos capaces de narrar, representar y negociar sin apropiarse del proceso.

Algunas claves compartidas: surgen de vivencias comunes, cuestionan normas o sistemas percibidos como injustos, conectan voces diversas mediante diálogo y redes, y coordinan acciones vinculadas para empujar cambios sociales y de políticas. La arquitectura son las redes, y la comunicación su nervio central.

  • Rol institucional: fortalecer sociedad civil, tejido comunitario y capacidades locales sin sustituir el liderazgo ciudadano.
  • Abrir espacios de deliberación y visibilizar agendas en la esfera pública.
  • Apoyar narrativas potentes que conecten con públicos específicos, sin robar protagonismo a activistas.
  • Cuidar la seguridad de personas y comunidades en contextos de represión.

No todos los movimientos son deseables desde una perspectiva de derechos humanos: existen corrientes como el White Power, el antivacunismo o iniciativas contra derechos LGTBIQ+ y de personas migrantes que comparten rasgos organizativos de movimiento, pero empujan regresiones normativas. Además, la militancia solo en línea, sin acción colectiva presencial ni liderazgos confiables, corre el riesgo de diluirse sin impacto tangible.

De clásicos a nuevos movimientos: diferencias clave

Los movimientos clásicos (obrero, campesino, nacionalista, religioso) se anclaban en clivajes estructurales y perseguían redistribución material o reconocimiento político; desarrollaron estructuras formales (sindicatos, partidos) y combinaron protesta con negociación institucional. Los nuevos, en cambio, priorizan identidad, autonomía y calidad de vida, critican efectos de la modernidad (consumismo, burocratización), desconfían de la burocracia y adoptan estilos participativos y descentralizados.

En lo organizativo, los NMS prefieren redes flexibles, democracia directa y coherencia performativa (organizarse según valores defendidos). La base social tiende a ser heterogénea, con peso de perfiles con alto capital cultural; su corazón es la identidad colectiva entendida como proceso de definición compartida en interacción con el entorno.

Casos históricos que lo cambiaron todo

La jornada de ocho horas pareció una quimera hasta que en 1886 las huelgas del 1 de mayo paralizaron Chicago, hubo represión, juicios y ejecuciones, y aquel lema de «ocho horas para trabajar, ocho para dormir, ocho para vivir» se convirtió en estándar aspiracional en medio mundo.

En 1930, Gandhi tomó un puñado de sal en la costa tras su marcha de 300 km: un gesto simple contra el monopolio colonial que desató arrestos masivos, abrió negociación con el virrey y pavimentó, con altibajos y la guerra de por medio, el camino hacia India y Pakistán independientes.

La madrugada del 28 de junio de 1969, una redada en el Stonewall Inn terminó en varios días de disturbios y autoorganización LGTBIQ+. Aquella chispa dio paso a espacios de libertad sexual defendibles y a marchas del Orgullo que hoy congregan millones de personas, pese a que aún existen decenas de países que criminalizan la homosexualidad.

En 1986, Manila vivió la Revolución del Poder Popular: tras unas elecciones marcadas por el fraude, millones salieron a la calle; con respaldos religiosos y militares, Marcos huyó y Corazón Aquino asumió la presidencia. Fue el triunfo de una protesta pacífica sostenida durante años.

El «otoño de las naciones» de 1989 empezó con Solidaridad en Polonia, siguió con reformas y comicios, y culminó en la apertura del Muro de Berlín y transformaciones encadenadas en Checoslovaquia, Hungría, Rumanía, Bulgaria y Yugoslavia. La foto del muro era solo la punta del iceberg de un ciclo de movilización democrática.

En 2003, las mujeres de Liberia rodearon la sala de negociaciones vestidas de blanco y anunciaron una «huelga de sexo» hasta acordar la paz. Su presión fue clave para acabar la guerra y abrir paso al liderazgo de Ellen Johnson Sirleaf, primera jefa de Estado en África.

El 8‑M de 2018 tiñó España de morado con huelgas y marchas multitudinarias en respuesta, entre otras cosas, a sentencias que minimizaban agresiones sexuales. Ese impulso social cristalizó años después en la Ley del «solo sí es sí». En América Latina, la marea verde por el derecho al aborto logró la legalización en Argentina (2020) y avances clave en México y Colombia.

Mujeres y movimientos en México: un hilo que no se corta

En Puebla, al pasar la beneficencia de manos eclesiales a la administración civil, se abrieron espacios de participación femenina en cuidados, disciplina social y asistencia, lo que supuso un primer escalón hacia su empoderamiento político. En Tlaxcala, maestras con sueldos precarios y pocos recursos fueron accediendo a direcciones escolares pese a barreras persistentes.

Las huelgas magisteriales de 1923 y 1925 en Puebla contaron con profesoras activas en la defensa laboral y la formación de sindicatos, aunque sufrieron divisiones internas y represión. Paralelamente, el sufragismo asentó bases desde finales del XIX y, con fuerza en los años 20 y 30, empujó hasta el reconocimiento federal del voto femenino en 1953.

El estudiantado del 68 en la UNAM tuvo mujeres en brigadas y comités, muchas veces desafiando roles de género; y en 1999‑2000 se reforzaron redes de apoyo entre ellas. En el movimiento poblano de 1970, las madres agrupadas como «Las Meminas» aportaron logística y enlace con otras organizaciones.

Ya en el siglo XXI, en la APPO oaxaqueña, las mujeres protagonizaron plantones, marchas y comunicación digital, impulsando la Coordinadora de Mujeres Oaxaqueñas (COMO). En Baja California, durante las movilizaciones magisteriales contra la Ley del ISSSTE de 2007, asumieron liderazgos sindicales de primer orden.

España: de los «rebeldes primitivos» a la democracia

La historiografía anglosajona puso el foco en los «rebeldes primitivos» y movilizaciones como el ludismo contra la automatización a comienzos del XIX, mientras la escuela francesa estudiaba revueltas campesinas y la Revolución. En España, aunque el franquismo perseguía publicaciones, circulaban estudios y noticias en ámbitos académicos y opositores.

Las primeras huelgas en zonas obreras y mineras demandaron mejoras de vida y ocho horas, apoyadas por redes clandestinas que crearon comisiones sindicales incluso dentro del sindicato vertical, de la mano de quienes querían integrar la doctrina social de la Iglesia. El movimiento obrero se consolidó como palanca para recuperar la democracia, con apoyo estudiantil y vecinal.

Hitos recordados: la Capuchinada de Sarrià (1966), con el cierre de la Universidad de Barcelona, y las movilizaciones universitarias de 1968, incluidos conciertos de Raimon en la Complutense. Aquellas luchas situaron las libertades en el centro de la agenda social.

Preguntas frecuentes

¿Qué es exactamente un movimiento social y en qué se diferencia de un partido o un lobby? Es una red de actores que comparten valores y actúan de forma sostenida para promover o resistir cambios, con la protesta como herramienta clave. No compite por el gobierno (como un partido) ni se limita a intereses sectoriales (como un grupo de presión), y suele tener una estructura menos formal.

¿Qué distingue a los «nuevos» movimientos de los «clásicos»? Los «nuevos» priorizan identidad, calidad de vida y derechos civiles, usan acciones simbólicas y se organizan en red; los «clásicos» giraban en torno a la clase y la redistribución material, y tendían a institucionalizarse (sindicatos, partidos) para negociar.

¿Qué aporta la teoría de la movilización de recursos? Sostiene que el descontento no basta: se requieren recursos (personas, dinero, habilidades, apoyos, acceso a medios) y capacidad estratégica para movilizarlos. Enfatiza la racionalidad organizativa de los movimientos.

¿Por qué es central la identidad colectiva? Porque orienta la acción: es una definición compartida que se negocia constantemente frente a otros actores y al sistema, dando sentido a lo que se hace y a quiénes somos al hacerlo.

¿Qué impactos han tenido los nuevos movimientos? Han puesto en agenda el medio ambiente, la igualdad de género, los derechos LGTBIQ+, la paz; han cambiado leyes y culturas, diversificado formas de participación y elevado el listón de la justicia social.

Mirados en conjunto, los movimientos sociales condensan energía democrática: encuadran agravios, crean identidades, inventan repertorios y ensanchan lo posible. Desde las campañas WUNC a las mareas digitales, desde el obrero clásico al ecologismo actual, pasando por feminismos, antirracismos y luchas territoriales, su historia es la del pulso constante entre instituciones y ciudadanía organizada. Que ese pulso conduzca a más derechos depende, en gran parte, de su inteligencia estratégica, de la apertura del sistema político y de la capacidad de la sociedad para escuchar, deliberar y cambiar sin perder a nadie por el camino.

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