Regla monetaria de Hayek: significado, fundamentos y debate

Última actualización: octubre 24, 2025
  • La regla de Hayek busca estabilizar el gasto nominal manteniendo MV constante y evitando distorsiones en precios relativos.
  • Si la productividad sube, deben caer los precios; si cae la velocidad del dinero, conviene compensar aumentando M.
  • La norma de productividad describe el ideal de mercado; la regla de Hayek es un medio práctico para aproximarlo.
  • Críticas: transmisión condicionada por la banca, límites informativos y riesgos de confundir shocks de productividad con shocks monetarios.

Regla monetaria de Hayek

La llamada regla monetaria de Hayek es una propuesta que busca que el flujo de dinero que circula cada año por la economía se mantenga estable. Cuando ese caudal nominal se descontrola, la información que envían los precios se confunde y aumentan los bandazos del ciclo. Con esta idea sobre la mesa, Hayek defendió mantener constante el gasto nominal agregado para amortiguar las oscilaciones y reducir la probabilidad de burbujas y crisis intensas.

Dicho de forma sencilla, el objetivo es que el total gastado en la economía no se acelere ni se frene de forma brusca. Si esa magnitud se estabiliza, los cambios en precios tenderán a reflejar mejor la escasez relativa de bienes y servicios, y no vaivenes monetarios. Cuando el dinero fluctúa por motivos ajenos a la productividad real, la señal de precios se distorsiona y la economía desarrolla ajustes inestables que acaban amplificando los ciclos.

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Qué propone exactamente la regla monetaria de Hayek

MV constante y estabilidad nominal

La regla se apoya en la ecuación cuantitativa del dinero, una identidad que relaciona dinero, velocidad, precios y producción: MV = P·y. En este marco, la propuesta de Hayek es mantener estable el producto MV, la circulación total del dinero. Si se consigue, el gasto nominal se estabiliza y la economía evita buena parte de los sobresaltos que vienen de shocks monetarios.

Para aterrizar conceptos, conviene recordar qué representa cada término de la identidad cuantitativa: M es la oferta monetaria, V es la velocidad a la que el dinero cambia de manos, P es el nivel de precios y y es la producción real. Si el objetivo es que MV no cambie, entonces los movimientos de productividad se trasladan a los precios, y no a la cantidad de gasto nominal total.

  • Si y aumenta por mejoras de productividad, P debería caer de manera inversa para sostener MV constante.
  • Si se observa una caída de P, conviene analizar su causa: no es lo mismo una deflación por productividad que una por caída de V.
  • Cuando V disminuye por mayor preferencia por liquidez, compensar elevando M ayudaría a preservar MV.

Hayek subrayó que muchas veces los precios no varían por escasez relativa sino, simplemente, porque circula más o menos dinero. En esos episodios, los precios dejan de ser una brújula fiable para compradores y vendedores, se hinchan o se desinflan sin reflejar la realidad subyacente y ello induce un proceso de corrección inestable. Esa dinámica de ajustes forzados y mala lectura de señales es, para Hayek, una de las grandes causas de ciclos más intensos, crisis y burbujas.

Un punto práctico clave es que la velocidad del dinero no se observa directamente. Cambios en las preferencias de hogares y empresas por atesorar efectivo o depósitos pueden alterar V sin que el analista pueda medirlo a tiempo real. Por eso, un banco central o autoridad monetaria que aspirase a estabilizar MV debería fijarse en variables relacionadas con la velocidad, así como en la evolución del gasto nominal, producción nominal e incluso el ingreso nacional.

Una forma operativa de proceder sería definir una banda de variación para el crecimiento del producto nominal y actuar solo si se sale de ese rango. Dado que el gasto nominal es igual a la producción nominal y esta equivale al ingreso agregado, una regla prudente apunta a mantener la senda del gasto nominal sin grandes sobresaltos, ajustando M cuando la demanda de dinero y la velocidad cambian de manera exógena.

Aplicación práctica, ejemplo reciente y críticas

Política monetaria y ejemplo de crisis

La crisis financiera global de 2008 ofrece un caso ilustrativo. En aquel momento, la preferencia por la liquidez aumentó bruscamente y la velocidad del dinero se hundió. Para evitar que el gasto nominal colapsase, la Reserva Federal respondió ampliando M mediante compras de activos pagadas con dinero de nueva creación. Con ello, buscó compensar la caída de V y sostener, en la medida de lo posible, la estabilidad del ingreso nominal.

Este tipo de actuaciones chocan con un límite conocido: la transmisión de la política monetaria depende en gran medida de la reacción de la banca comercial. Aunque el banco central expanda la base monetaria, el efecto puede ser débil si los bancos no prestan y prefieren engordar reservas. En ese caso, el impulso sobre el crédito y el gasto agregado se enfría y la regla, en la práctica, pierde eficacia.

Además, ajustar M para compensar movimientos en V requiere herramientas e información a tiempo real que no siempre están disponibles. El diagnóstico fino entre una caída de precios por productividad y una por contracción de la demanda de dinero es complejo, y confundir ambos escenarios puede conducir a errores de política que, a su vez, intensifican los ciclos.

Aun así, la lógica de fondo de Hayek es clara: cuando la tecnología empuja la producción hacia arriba, el sistema económico funciona mejor si esa ganancia se traduce en precios algo más bajos y no en un boom nominal artificial. En cambio, si se desploma la velocidad, conviene sostener el gasto nominal con una expansión monetaria compensatoria, y evitar así que el sistema entre en una espiral recesiva por falta de liquidez.

Este enfoque se conecta con debates contemporáneos sobre cómo fijar objetivos de política monetaria. Propuestas como la estabilización del PIB nominal (NGDP targeting) beben de esa intuición. Mientras que Hayek defendía, en esencia, un crecimiento del gasto nominal cercano a cero en promedio, autores como Scott Sumner han propuesto metas del 5% anual de NGDP, tratando de equilibrar expectativas y absorber cambios en V sin generar grandes distorsiones.

Norma de productividad, condiciones de equivalencia y ciclos en Hayek

Norma de productividad y ciclos económicos

Para entender el armazón teórico, conviene leer de manera conjunta dos obras tempranas del autor: «Monetary Theory and the Trade Cycle» (1929) y «Prices and Production» (1931). En esos textos, el joven Hayek formula una teoría del ciclo que distingue el papel de factores reales y monetarios, enfatizando que el dinero no es neutral en el corto plazo: la estructura de precios relativos se altera cuando el impulso viene del lado monetario. No obstante, su aspiración normativa era aproximarse a un entorno donde el dinero no interfiera en las señales reales, lo que él identifica con neutralidad monetaria.

La llamada norma de productividad y la regla de Hayek comparten inspiración pero no son idénticas. La norma de productividad es un principio general: el nivel de precios debería moverse en sentido inverso a la productividad. Si la productividad sube, los precios tienden a bajar; si la productividad se deteriora, los precios tienden a subir. En ese esquema, mantener MV constante es un caso particular en el que esas variaciones se absorben completamente vía P, sin cambiar el gasto nominal.

En «Prices and Production», Hayek sugiere que, en términos de la ecuación cuantitativa, MV debería permanecer constante (un valor k): MV = k = P·y. Esto significa que, con un aumento de la productividad total de los factores, y crece y P baja, manteniendo invariable el producto MV. Un ejemplo contemporáneo es el de la informática y la telefonía móvil: la calidad y la producción han aumentado durante décadas mientras los precios de los dispositivos han disminuido. Esa «deflación buena» responde a avances de productividad, y no a una caída de la demanda de dinero.

No obstante, que MV sea constante no es la única vía coherente con la norma de productividad. Pueden darse efectos indirectos: tanto P como y pueden moverse por causas adicionales, de modo que convenga ajustar M para acomodar cambios que no provienen exclusivamente de la productividad. Selgin ha estudiado estas relaciones en detalle y señala dos condiciones para que la norma de productividad y el caso MV constante coincidan.

Primera condición: si la oferta de factores de producción es inelástica, un aumento de productividad incrementa y y reduce P de manera uno a uno. Así, MV no cambia. En un entorno con múltiples factores, ello se traduce en ingresos nominales por factor relativamente estables. Si, en cambio, la oferta de factores es elástica, y crece por dos vías a la vez: más productividad y más cantidad de factores. En ese caso, MV debe aumentar para mantener el ingreso nominal por factor estable. Ejemplo numérico: si la producción sube un 10%, de los cuales 8 puntos se deben a productividad y 2 a mayor oferta de factores, entonces MV debería incrementar alrededor del 2% para no distorsionar la remuneración nominal por factor.

Segunda condición: la elasticidad de la demanda de dinero respecto del ingreso real debería ser unitaria para sostener MV constante. Si esa elasticidad es mayor que 1, un aumento de y eleva la demanda de dinero, forzando una caída extra de P. Para evitar distorsiones monetarias del tipo efecto Cantillon cuando la demanda de dinero cambia, conviene aumentar M de manera que MV ya no permanezca estrictamente constante. Ejemplo: si la productividad mejora un 8% pero el nivel de precios cae un 10%, donde 8 puntos son por productividad y 2 por mayor demanda de dinero, un incremento del 2% en MV compensaría ese desajuste. Lo contrario aplica si la elasticidad es menor que 1.

Un elemento institucional relevante: en un régimen de banca libre, sin banco central, la norma de productividad sería un resultado emergente de la competencia entre emisores privados, no una regla que alguien «implemente» top-down. En ese mundo, los bancos, respondiendo a la demanda de saldos y a los riesgos de emisión, tenderían a replicar la trayectoria eficiente del gasto nominal. La norma de productividad funciona como un patrón de referencia de cómo se comportaría un mercado sin interferencias y, por eso, se utiliza como guía normativa para diseñar reglas en entornos con banco central.

Ahora bien, incluso en presencia de un banco central, la regla de Hayek es una aproximación entre varias posibles y no la última palabra. La práctica requiere definir buenas métricas del ingreso nominal «por factor» o del PIB nominal que conviene estabilizar, además de reconocer límites de información, lags de transmisión y restricciones institucionales. De ahí que, en la agenda aplicada, coexistan propuestas como estabilizar el PIB nominal, reglas de crecimiento estable de M o enfoques híbridos que reaccionan a desviaciones de bandas prefijadas.

Este marco se engancha con la teoría hayekiana del ciclo. Hay tres pilares que explican por qué la manipulación monetaria mal calibrada desemboca en expansiones y recesiones desordenadas:

  • Tasa de interés natural: existe un tipo de interés que iguala ahorro deseado e inversión deseada. No coincide necesariamente con el tipo monetario administrado.
  • Expansión del crédito: cuando el tipo de mercado se forja por debajo del natural mediante política monetaria expansiva, se inducen inversiones de largo plazo que parecen rentables pero no lo son.
  • Estructura de capital: la economía tiene una secuencia temporal de producción; desajustes entre bienes de producción y de consumo afloran cuando la señal del tipo de interés se contamina.

Con estos ingredientes, Hayek interpreta las fases del ciclo de la siguiente manera. En la fase de expansión, la relajación artificial del coste del dinero estimula proyectos que se multiplican con criterios más laxos. A medida que avanza la inversión, empieza a verse que faltan recursos reales para completarla y que muchas iniciativas no serán viables a los tipos de interés de equilibrio. Llegado un punto, se imponen liquidaciones, correcciones de precios y recortes de empleo. Esa es la fase de crisis y recesión. Con el tiempo, cuando los agentes ajustan expectativas y se reasignan recursos a usos más productivos, la recuperación toma cuerpo.

  1. Recuperación y expansión: tras una depresión previa, mejoran las expectativas y la actividad repunta.
  2. Auge: optimismo generalizado; afloran señales sutiles de sobreextensión.
  3. Crisis y recesión: se evidencian inversiones erróneas; la actividad y el empleo retroceden.
  4. Depresión: punto bajo del ciclo; demanda y producción en mínimos; capitulación en mercados.

Este encadenamiento cíclico no tiene una duración fija y las fases pueden variar en intensidad y extensión. Lo que preocupa a Hayek es que la política monetaria mal diseñada eleve la amplitud de esas oscilaciones, justo lo que su regla busca mitigar al estabilizar el gasto nominal.

¿Quién fue Hayek y por qué importa aquí? Friedrich A. von Hayek, economista austríaco y uno de los referentes de la Escuela Austríaca, ganó el Nobel de Economía en 1974 por sus aportaciones a teoría monetaria y fluctuaciones. Polemizó con Keynes en debates sobre el papel del Estado y el gasto público, desarrolló parte de su carrera en la LSE y en Chicago, y dejó obras influyentes sobre conocimiento, precios e instituciones. Su legado sigue muy presente en los debates actuales sobre ciclos y política monetaria.

Desde el punto de vista de las recomendaciones, su enfoque aboga por: respetar la libertad de los mercados y la asignación espontánea de recursos; limitar la intervención estatal, en especial en lo tocante a la fijación discrecional de tipos y la expansión crediticia; y favorecer una política monetaria estable y predecible que no contraríe los movimientos de productividad. Estos principios también encajan con la intuición de la norma de productividad: tratar de estabilizar precios frente a avances de productividad puede alterar precios relativos sin necesidad, justo lo contrario de lo deseable en un entorno eficiente.

Hayek insistió en que el dinero no es neutral cuando perturba el patrón de precios relativos, pero su programa normativo pretende que, en la medida de lo posible, lo sea. En ese sentido, su regla y la norma de productividad no son sinónimos: la primera es un mecanismo concreto para emular el comportamiento que, en mercados libres, emerge de forma competitiva sin ser ordenado desde arriba. La segunda es el principio que describe ese resultado eficiente; la primera es uno de los medios para aproximarlo allí donde existe banco central.

Quien busque una brújula operativa encontrará que una política orientada a estabilizar el PIB nominal tiene parentescos evidentes con la propuesta hayekiana, aunque haya diferencias en la tasa de crecimiento objetivo —cercana a cero en la lectura más estricta de Hayek y en torno al 5% en la versión de Sumner—. Cuál sea la cifra adecuada depende de parámetros como la elasticidad de la oferta de factores y la elasticidad de la demanda de dinero respecto del ingreso real, y exige evidencia empírica y evaluación constante.

La regla monetaria de Hayek proporciona un hilo conductor fácil de recordar: mantener a raya las oscilaciones del gasto nominal para que precios y cantidades recojan, sobre todo, la información real de escasez y productividad. En momentos de auge de la productividad, dejar que los precios bajen suavemente es coherente con un funcionamiento sano de la economía; si lo que cambia es la demanda de dinero, ajustar la oferta para evitar desplomes del gasto nominal ayuda a contener el ciclo. Su combinación de teoría del conocimiento, estructura del capital y una lectura sobria de la ecuación cuantitativa sigue siendo una referencia útil para pensar cómo diseñar reglas monetarias que, sin pretender hacer milagros, eviten hacer daño.