Shock de demanda: definición, tipos, causas e impacto

Última actualización: octubre 24, 2025
  • Un shock de demanda desplaza la demanda agregada por cambios en riqueza, expectativas o políticas, moviendo producción y precios en el mismo sentido.
  • Puede ser positivo (más gasto, actividad y precios) o negativo (menos gasto y actividad, con posibles tensiones de precios si media fiscalidad).
  • Se diferencia de shocks de oferta y externos; los financieros son los más severos por su efecto simultáneo en financiación, comercio y divisas.
  • Empresas y autoridades deben reforzar resiliencia: control de procesos, datos fiables y respuestas de política calibradas para amortiguar el impacto.

Shock de demanda en economia

En tiempos de volatilidad e inestabilidad económica, entender qué es un shock de demanda no es un capricho académico: es una necesidad para gobiernos, empresas y ciudadanía. En un contexto marcado por disrupciones en las cadenas de suministro, escalada de precios y tensiones geopolíticas como el conflicto en Ucrania, las compañías lidian con una triple tarea: mantener el rendimiento, reforzar la resiliencia operativa y proteger sus márgenes. Este escenario exige acciones certeras y un diagnóstico fino de los fenómenos que mueven la demanda agregada.

Cuando hablamos de shocks económicos, nos referimos a eventos atípicos e impredecibles que alteran, y de qué manera, la marcha de la economía. Entre ellos, los shocks de demanda destacan porque afectan directamente a la curva de demanda agregada, desplazándola y desencadenando ajustes en producción, precios y empleo. No es moco de pavo: la demanda y el producto suelen moverse en la misma dirección, y cuando la cosa tiembla, lo hace de forma sistémica. Además, esa “memoria” inflacionaria que arrastran los agentes, lejos de crear precios por sí misma, reacciona ante estos golpes, amplificando el impacto cuando los shocks hacen acto de presencia.

¿Qué es un shock de demanda?

Un shock de demanda es cualquier perturbación que desplaza la demanda agregada: puede venir de cambios en la riqueza o en las expectativas de los hogares y las empresas, del efecto de la magnitud del stock de capital físico ya existente, o del uso de políticas fiscales y monetarias. En la práctica, significa que, ante el shock, la economía aspira a un nuevo equilibrio con otras combinaciones de producción y nivel de precios.

La característica clave es que, tras un shock de demanda, producto y precios suelen variar en el mismo sentido: un aumento de la demanda agregada tiende a empujar al alza tanto la producción como la inflación; una contracción de la demanda, por su parte, induce menor actividad y presiones a la baja sobre la inflación (aunque, como veremos, hay matices sectoriales y tributarios que pueden tensar los precios a la vez que cae el producto). Lo interesante, desde el punto de vista de la política económica, es que estos shocks, en muchos casos, pueden ser manipulados u orientados por las autoridades hacia objetivos concretos.

Conviene subrayar que hablamos de shocks en sentido estricto cuando son acontecimientos atípicos e impredecibles. Esto deja fuera medidas anunciadas y planificadas (por ejemplo, un calendario explícito de subidas tarifarias), que alteran la demanda pero no encajarían como “shock” al no cumplir la condición de imprevisibilidad. En la práctica, sin embargo, las fronteras pueden ser difusas: determinadas devaluaciones, por ejemplo, no siempre se anticipan, y su efecto sobre la demanda puede entenderse como un shock genuino si irrumpen sin aviso y con magnitud suficiente.

Tipos de shocks de demanda: positivo y negativo

Un shock de demanda positivo desplaza la curva de demanda agregada hacia la derecha. Esto, en castellano llano, significa más gasto planeado a cada nivel de precios, lo que suele traducirse en más producción y más precios. Un caso típico es un ambicioso plan de inversión pública: el aumento del gasto del gobierno eleva el poder adquisitivo de los hogares y la contratación de empresas, engancha expectativas de mejora y activa la demanda de bienes y servicios. La curva se mueve hacia la derecha y la economía encuentra un nuevo equilibrio con mayor actividad y, normalmente, tensiones inflacionistas.

Por el contrario, un shock de demanda negativo desplaza la curva hacia la izquierda. Un ejemplo posible es la aprobación de un paquete de impuestos que afecte de manera significativa al consumo o la inversión privada. Este tipo de medida reduce la demanda agregada; ahora bien, puede simultáneamente encarecer los productos gravados, de forma que la economía conviva con menor producción y, en determinados rubros, precios más altos. Así, aunque en general una contracción de la demanda suaviza la inflación, no es raro observar que, si el origen es tributario y sectorial, algunos precios suban a pesar de que el gasto total se contraiga y el equilibrio apunte a un menor nivel de actividad.

También operan shocks de demanda cuando la riqueza y las expectativas cambian bruscamente. Un “subidón” sostenido de las cotizaciones bursátiles puede disparar el consumo por efecto riqueza; en economías con fuerte preferencia por activos en dólares, variaciones repentinas del tipo de cambio pueden alterar la demanda interna al modificar la riqueza percibida de hogares y empresas. De nuevo, si el evento es imprevisto y de calado, hablamos de shock de demanda con todas las letras.

Variables y canales que provocan shocks de demanda

Distintas palancas pueden generar o amplificar estos shocks. Entre las más relevantes se encuentran, por supuesto, las políticas fiscales y monetarias, pero también la inversión privada y las expectativas. El efecto del stock de capital existente resulta clave: cuando las empresas acumulan equipo suficiente, los nuevos impulsos de inversión pueden moderarse; si perciben cuellos de botella o rezagos, un cambio de expectativas puede desencadenar una oleada inversora.

  • Gasto público (consumo e inversión del Estado).
  • Demanda de inversión privada (nuevas instalaciones, equipo, tecnología).
  • Política monetaria y fiscal (tipos de interés, impuestos y transferencias).
  • Expectativas sobre la actividad futura y la confianza.
  • Efectos riqueza (bolsa, precio de la vivienda, tipo de cambio).
  • Magnitud del stock de capital físico ya instalado.

Ojo con las expectativas: las perspectivas de ingresos futuros, la estabilidad financiera y la confianza empresarial son catalizadores potentes. Un giro optimista puede precipitar una aceleración del consumo y la inversión; un pesimismo generalizado, sobre todo si enlaza con caídas de la riqueza, actúa como freno de mano para la demanda.

Shocks de demanda frente a shocks de oferta y shocks externos

No todos los sacudones macroeconómicos empiezan por la demanda. Los shocks de oferta afectan a la capacidad productiva o a los costes de las empresas, alterando la producción o los precios directamente. Son ejemplos claros las subidas o bajadas de los precios internacionales de la energía y de los commodities, así como las sequías que castigan la producción agropecuaria. La pandemia de COVID-19 fue paradigmática: durante el confinamiento, muchísimas personas no pudieron trabajar con normalidad, lo que redujo la oferta disponible a la vez que restringía el consumo, combinando un shock de oferta con un shock de demanda.

Al definir qué es un shock, la imprevisibilidad importa. Por eso, algunos episodios de política económica planificada (por ejemplo, fuertes subidas de tarifas anunciadas con antelación) quedarían excluidos de la categoría de shock de oferta. Las devaluaciones constituyen una zona gris: a veces no se anuncian y sorprenden a las empresas, por lo que, cuando son súbitas y relevantes, pueden tratarse como shocks genuinos por su efecto inmediato en precios, costes y decisiones.

Los shocks externos merecen capítulo aparte, sobre todo en economías periféricas. Por el lado de las exportaciones, pueden venir por precios (mejores o peores términos de intercambio) o por cantidades (sequías o crisis internacionales que deprimen la demanda de nuestros socios comerciales). Hubo, por ejemplo, episodios de sequía en 2008/2009 y 2017/2018 que recortaron en torno a 30 millones de toneladas la producción, lo que supuso unos 8.000 millones de dólares menos de ventas al exterior, más del 10% del total anual exportado. Por las importaciones, los shocks se manifiestan sobre todo a través de los precios internacionales de insumos y bienes intermedios, ya que las cantidades importadas dependen de la actividad local. Y, por el canal financiero, cambios en los flujos de capital asociados a subidas súbitas de la tasa de interés de referencia en Estados Unidos, pérdida de confianza o picos de aversión global al riesgo (medidos, por ejemplo, con el S&P 500 y el índice VIX) pueden encarecer la financiación, disparar el riesgo país y precipitar salidas netas de capital.

Shocks financieros: cuando aprietan por todos lados

Si hubiera que elegir los shocks más incómodos, los financieros estarían arriba del todo. Su problema es que atacan varias líneas a la vez: elevan el riesgo país y encarecen el acceso a la financiación, empujan salidas de capital de economías emergentes hacia mercados desarrollados, deprimen la actividad industrial en estas últimas y abaratan las materias primas. Para las economías dependientes de exportaciones de commodities y de financiación externa, el combo es letal: caída de exportaciones, menor acceso a crédito y pérdida de divisas, con la consiguiente presión para depreciar el tipo de cambio o quemar reservas del banco central para amortiguar el golpe.

Estos episodios, además, son recurrentes. Los picos de volatilidad registrados por el VIX en los últimos 15 años apuntan a alrededor de cinco grandes sacudidas, lo que sugiere que cada tres años, más o menos, llega un nuevo susto financiero. Hoy seguimos digiriendo una combinación particularmente severa de shocks: una pandemia, una guerra y una inflación global al alza que, en cadena, han puesto a prueba la resiliencia de economías y empresas.

Inflación, memoria y demanda

La dinámica inflacionaria no solo depende de shocks puntuales; también cuenta la “memoria” de los agentes. Con el tiempo, hogares y empresas aprenden a convivir con la inflación y ajustan su conducta para defender su bolsillo, por ejemplo adelantando compras o pidiendo revisiones salariales más frecuentes. Estas respuestas, racionales a nivel individual, pueden retroalimentar el proceso inflacionario cuando se combinan con shocks de demanda u oferta. Importa no confundir: esa memoria, por sí sola, no crea la inflación, pero sí puede intensificar su respuesta cuando un shock irrumpe en escena y obliga a la economía a buscar un nuevo equilibrio.

Implicaciones para las empresas: rendimiento, calidad y márgenes

Para las compañías, encarar shocks de demanda en un entorno incierto implica centrarse en tres frentes: garantizar el máximo rendimiento, reforzar la resiliencia operativa y proteger los márgenes. Nada fácil con cadenas de suministro interrumpidas, costes al alza y cambios bruscos en los pedidos. La gestión del corto plazo no puede eclipsar el medio plazo: conviene ajustar inventarios, revisar contratos, diversificar proveedores y poner el foco en la eficiencia interna para no perder tracción competitiva.

Una fuente habitual de pérdidas es el producto no conforme. Siempre que los procesos no logran entregar el 100% correcto a la primera, estamos ante una primera ineficiencia que se vuelve un pozo sin fondo: separación de producto no OK, reprocesos, rechazos, bloqueos con revisión posterior, desperdicio e incluso riesgo de que piezas no conformes lleguen al cliente. En contextos de demanda cambiante, estos desajustes suelen aumentar si no hay disciplina operativa, provocando un drenaje directo en márgenes y servicio.

La receta pasa por abordar de manera metódica cada proceso generador de producto no OK, de mayor a menor impacto. Hacen falta equipos capacitados, con herramientas y metodologías de resolución de problemas, y rutinas recurrentes de mejora. El proceso no es glamuroso, pero paga: cuando se sistematiza, los cuellos de botella afloran y se reduce la variabilidad que, en entornos de shock, tiende a descontrolarse.

Las soluciones típicas incluyen dominar la dispersión de los procesos, definir tolerancias adecuadas, evolucionar los controles y, muy especialmente, mejorar los bucles de medición y ajuste. Sin datos fiables no hay control, y sin control, en un shock, los desvíos vuelan. Cerrar el bucle de control y ajuste de manera correcta evita que se normalicen problemas que, de tanto repetirse, acaban en el escandallo como si fueran inevitables.

Un caso paradigmático es el sobrepeso en producto envasado. Se trata de una ineficiencia irracional: el cliente rara vez la percibe como valor añadido y, de hecho, comparar contenidos puede generar reclamaciones aunque ambos estén por encima del mínimo. Ese porcentaje de sobrepeso drena resultados porque se regala producto al coste de las materias primas y de la producción. Muchas veces se subestima el problema o se asume como normal, y ahí entran las causas: dispersión del proceso de envasado, incapacidad de controlar el 100% de los productos de forma fiable, sistemas de control descalibrados o bucles de ajuste mal cerrados. En entornos de shock de demanda, este tipo de pérdidas puede multiplicarse si no se actúa con agilidad.

Conceptos relacionados

  • Sobreproducción
  • Subconsumo
  • Consumismo
  • Consumo
  • Sociedad de consumo

Casos y ejemplos históricos

Un ejemplo clásico de shock de demanda negativo fue la Gran Depresión: el desplome de la riqueza y la confianza tras el crack bursátil de 1929 y la crisis bancaria de 1930-1931 hundió el gasto privado. En términos de demanda agregada, el desplazamiento a la izquierda fue brutal y se tradujo en una contracción extraordinaria de la actividad con efectos persistentes sobre el empleo y los precios.

La pandemia de COVID-19 también actuó como shock de demanda, además de oferta. Las restricciones de movilidad impidieron producir y, a la vez, consumir como antes. Para calibrar su magnitud: más del 90% de los países registraron caídas de su PIB per cápita en el punto álgido, una sincronización pocas veces vista. El resultado fue una recomposición abrupta de la demanda, con cambios de hábitos, rebalanceos sectoriales y, más tarde, tensiones inflacionarias al reabrir la actividad.

El conflicto de Ucrania añadió leña al fuego: mayor incertidumbre, encarecimiento energético y nuevas disrupciones logísticas. Es el tipo de shock encadenado que obliga a las empresas a replantear su resiliencia y a los responsables de política económica a calibrar respuestas que amortigüen el golpe sin alimentar en exceso las presiones de precios.

Notas sobre imprevisibilidad y zona gris en la política económica

La definición operativa de shock exige imprevisibilidad, lo que deja fuera episodios de política económica anunciados. Sin embargo, hay medidas que, aun siendo de política, se resuelven de forma inesperada (por ejemplo, ciertas devaluaciones) o responden a shocks externos que obligan a actuar. En esos casos, si la reacción resulta sorpresiva y de suficiente magnitud, su efecto sobre expectativas, riqueza y gasto puede comportarse como un shock de demanda de pleno derecho. Es clave distinguir el catalizador (externo, de oferta, financiero) del canal por el que se transmite a la demanda agregada.

Recursos y lecturas

Algunas instituciones exploran nuevos ángulos de riesgo macro más allá de lo tradicional. Es el caso del Banco Central de Chile, que organizó un congreso sobre pérdida de biodiversidad y degradación de ecosistemas y sus implicaciones para la macroeconomía y la estabilidad financiera. En paralelo, proliferan análisis y divulgación para acercar estos debates al público, desde boletines temáticos hasta podcasts que conectan fenómenos sociales y económicos con experiencias colectivas.

Si quieres ampliar, aquí tienes material académico de referencia: Descargar PDF 1 y Descargar PDF 2, con enfoques que ayudan a contextualizar los mecanismos de transmisión y las respuestas de política ante shocks macroeconómicos.

Entender los shocks de demanda ilumina por qué a veces producción y precios suben o bajan a la par, qué variables los provocan y cómo reaccionan hogares, empresas y autoridades. Desde el plan de inversión pública que dispara el gasto, al paquete tributario que enfría la actividad, pasando por cambios repentinos en riqueza o confianza, la clave está en mapear canales y tiempos de transmisión. En un mundo con shocks financieros recurrentes y sacudidas externas, quien domina sus propios procesos, mide con rigor y ajusta con criterio llega mejor armado al siguiente giro del ciclo.

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