Sigmund Freud: biografía, teoría y legado

Última actualización: octubre 25, 2025
  • Biografía completa: de sus orígenes en Moravia al exilio en Londres y su muerte, con énfasis en formación, familia y reconocimientos.
  • Teoría y técnica: inconsciente, ello-yo-superyó, pulsiones, etapas psicosexuales, sueños, defensas y método clínico.
  • Movimiento y rupturas: expansión institucional, casos clínicos emblemáticos y separaciones con Adler y Jung.
  • Recepción e impacto: presencia en arte y cine, debates científicos y críticas feministas, además de su postura ante la homosexualidad.

Imagen de Sigmund Freud

Figura clave del pensamiento contemporáneo, Sigmund Freud cambió para siempre la manera de entender la mente al fundar el psicoanálisis, una disciplina que es a la vez teoría de la vida psíquica y técnica de tratamiento. Hijo de una familia judía de Moravia, neurólogo de formación y escritor prolífico, su influencia desborda la psicología: alcanza la filosofía, la antropología, la literatura, el arte y hasta la cultura popular.

En este recorrido amplio y minucioso repasamos su biografía, sus conceptos centrales —inconsciente, represión, ello, yo y superyó, libido y pulsión de muerte—, la evolución de su técnica clínica, la recepción crítica y su legado. Además, incluimos casos clínicos célebres, las rupturas dentro del primer movimiento psicoanalítico, su exilio en Londres y la huella freudiana en el arte y el cine.

Vida y formación

Nacido como Sigismund Schlomo Freud en 1856 en Freiberg (Moravia, hoy Příbor), creció en el seno de una familia judía de origen gallego. Su padre, Jakob, comerciaba con lanas; su madre, Amalia, era veinte años más joven. Tras una etapa inicial en Freiberg y un paso por Leipzig, la familia se instaló en Viena en 1860, donde Freud cursó estudios y vivió prácticamente toda su vida hasta 1938.

Estudiante brillante, ingresó en la Universidad de Viena a los 17 años para estudiar Medicina. Fue discípulo de Ernst Brücke y trabajó en fisiología y neuroanatomía, comparando encéfalos de diversas especies y estudiando el tejido nervioso. También aprendió con Theodor Meynert y asistió a clases de filosofía de Franz Brentano. En 1877 abrevió su nombre a «Sigmund», se doctoró en 1881 y, tras su habilitación (1885), fue Privatdozent de neuropatología.

Un dato curioso de juventud: junto con su amigo Eduard Silberstein, aprendió español por su cuenta y fundó la llamada «Academia Castellana». Se carteaban con los seudónimos Cipión (Freud) y Berganza, tomados de El coloquio de los perros de Cervantes; estas cartas se conservan hoy y atestiguan su temprana fascinación por las lenguas y la literatura.

En 1886 se casó con Martha Bernays. Ambos formaron una familia numerosa de seis hijos: Mathilde, Jean-Martin, Oliver, Ernst (arquitecto), Sophie y Anna (quien sería una psicoanalista infantil de referencia). Con el tiempo, la saga dio descendientes notables como Lucian Freud (pintor) y Clement Freud (escritor), y conexiones con figuras como Edward Bernays, pionero de las relaciones públicas.

Retrato de Sigmund Freud

Primeras investigaciones y la cocaína

Entre 1882 y 1885 trabajó en el Hospital General de Viena. Publicó estudios de anatomía cerebral y un ensayo decisivo sobre afasia, y fue pionero en cuestionar que la parálisis cerebral se debiera a la falta de oxígeno en el parto, una intuición que investigaciones posteriores confirmarían décadas después. Su formación neurológica se completó con una estancia crucial en París con Jean-Martin Charcot (1885), el gran neurólogo de la Salpêtrière, donde observó la histeria y la hipnosis en vivo.

Entre 1884 y 1887 defendió usos médicos de la cocaína en artículos que hoy generan debate. Escribió Über Coca (Sobre la coca) y exploró sus efectos clínicos. Carl Koller, colega en Viena, aplicó la cocaína como anestésico ocular con gran éxito, pero sin citar inicialmente a Freud. El capítulo más polémico fue el intento fallido de ayudar a su amigo Ernst von Fleischl-Marxow, adicto a la morfina; el tratamiento con cocaína no funcionó y terminó agravando el cuadro. Freud mismo consumió cocaína en periodos puntuales, experiencia que más tarde abandonó.

De la hipnosis al psicoanálisis

De regreso a Viena, abrió consulta privada y se apoyó en la hipnosis y el método catártico aprendido de Josef Breuer, con quien publicó Estudios sobre la histeria (1895). El caso de «Anna O.» (Bertha Pappenheim), tratada por Breuer, introdujo la famosa «cura por la palabra»: al rememorar experiencias traumáticas bajo trance, los síntomas remitían. Sin embargo, Freud detectó límites y abandonó la hipnosis en favor de la asociación libre.

Entre 1895 y 1900 desarrolló su técnica y su marco teórico. En 1899 (con fecha editorial de 1900) publicó La interpretación de los sueños, donde articuló el primer modelo topográfico de la mente (consciente, preconsciente, inconsciente) y la idea del sueño como realización disfrazada de deseos. Allí inauguró un método: analizar el contenido manifiesto y reconstruir el contenido latente mediante asociaciones del paciente.

En paralelo, evolucionó desde su temprana «teoría de la seducción» —que atribuía la neurosis a abusos reales infantiles— hacia la centralidad de la sexualidad infantil y el complejo de Edipo, enfatizando que tanto escenas reales como fantasías pueden volverse patógenas al ser reprimidas. En 1902, ya con un círculo de oyentes fieles, dio inicio a la «Sociedad Psicológica de los Miércoles», germen del movimiento psicoanalítico de Viena.

Libros clave y difusión internacional

Con el cambio de siglo llegaron títulos de enorme impacto: Psicopatología de la vida cotidiana (1901), El chiste y su relación con lo inconsciente (1905), Tres ensayos sobre teoría sexual (1905) y casos clínicos como «Dora». Sus aportes se consolidaron con Más allá del principio del placer (1920, donde introduce compulsión de repetición y la pulsión de muerte), Psicología de las masas y análisis del yo (1921), El yo y el ello (1923), El porvenir de una ilusión (1927), El malestar en la cultura (1930), Nuevas conferencias (1933) o Moisés y la religión monoteísta (1939).

A nivel institucional, recibió en 1902 el nombramiento de profesor extraordinario y el primer gran reconocimiento internacional llegó en 1909, cuando viajó a Estados Unidos para impartir sus Cinco lecciones sobre psicoanálisis en la Universidad de Clark, invitado por G. Stanley Hall; fue investido doctor honoris causa. En 1930, la ciudad de Fráncfort le concedió el Premio Goethe. Incluso un cráter lunar pequeño lleva su nombre.

Rupturas, escuela y pacientes célebres

El movimiento psicoanalítico creció con rapidez, pero no sin tensiones. En 1911 Alfred Adler rompió con el grupo de Viena y poco después, en 1914, Carl Gustav Jung hizo lo propio, abriendo corrientes propias (psicología individual, psicología analítica). Aun así se consolidaron sociedades en Viena, Zúrich, Berlín, Londres, Budapest o Moscú, con clínicas y programas de formación; Ernest Jones impulsó la expansión en el mundo anglosajón y fundó la British Psychoanalytical Society.

En consulta y en publicaciones, Freud usó seudónimos para proteger identidades. Entre los casos más conocidos están «Anna O.» (Bertha Pappenheim), «Dora» (Ida Bauer), «el Hombre de las Ratas» (Ernst Lanzer), «el Hombre de los Lobos» (Serguéi Pankéyev) y «el pequeño Hans» (Herbert Graf), junto a figuras como Cäcilie M. (Anna von Lieben), Emmy von N. (Fanny Moser), Elisabeth von R. (Ilona Weiss), Fräulein Katharina (Aurelia Kronich) o Fräulein Lucy R. También atendió o asesoró a H.D., a la princesa Marie Bonaparte y sostuvo célebres conversaciones clínicas con Gustav Mahler.

Freud realizó además análisis culturales y biográficos: sostuvo la célebre lectura del caso Schreber, escribió sobre Leonardo da Vinci, Miguel Ángel, Moisés y Fiódor Dostoievski, o sobre Woodrow Wilson junto a William Bullitt. Respecto a la homosexualidad, defendió que no es una enfermedad sino una variación de la función sexual, posición que se plasma en su carta a una madre angustiada por la orientación de su hijo: una postura sorprendentemente abierta para su época.

Enfermedad, exilio y últimos días

Fumador contumaz, comenzó a sufrir lesiones bucales que en 1923 se diagnosticaron como cáncer de paladar. Se sometió a más de treinta intervenciones y usó incómodas prótesis, sin dejar el hábito del puro. Aun así, siguió trabajando sin pausa y escribiendo hasta el final. Mientras tanto, el clima político europeo se oscurecía.

Con la anexión de Austria por la Alemania nazi (marzo de 1938), Freud pasó a estar en el punto de mira del régimen por ser judío y fundador de la escuela psicoanalítica. La Gestapo interrogó a su hija Anna y un comisario, Anton Sauerwald, quedó a cargo de sus bienes. Gracias a la intervención decisiva de Marie Bonaparte, Ernest Jones y apoyos diplomáticos, pudo abandonar Viena con su esposa Martha y Anna: partió en el Orient Express el 4 de junio de 1938 camino de París y, acto seguido, a Londres.

Instalado en el 20 de Maresfield Gardens (Hampstead), fue recibido como una celebridad. Le visitaron, entre otros, Salvador Dalí, Stefan Zweig y los Woolf. Terminó Moisés y la religión monoteísta, continuó viendo a algunos pacientes y organizó su biblioteca y sus antigüedades. Aun agradecido por la libertad, nunca se sintió del todo «en casa» lejos de Viena.

Ya con la enfermedad muy avanzada, recordó a su médico Max Schur el pacto sobre la sedación al final de la vida. El 23 de septiembre de 1939 murió tras recibir morfina para evitar la agonía, un desenlace que algunos autores han descrito como suicidio asistido. Fue incinerado en el crematorio de Golders Green y sus cenizas reposan junto a las de Martha en una urna antigua griega, regalo de Marie Bonaparte.

Conceptos fundamentales de su teoría

Freud rescató para la ciencia psicológica un territorio hasta entonces difuso: lo inconsciente. En su primer modelo topográfico distinguió inconsciente, preconsciente y consciente; más tarde propuso el aparato psíquico estructural: ello, yo y superyó. El ello aloja las pulsiones y opera según el principio del placer; el yo media con la realidad; el superyó incorpora la exigencia moral y el ideal del yo.

El núcleo dinámico de la mente lo conforman las pulsiones. Además del Eros o pulsión de vida, Freud introdujo la idea de una pulsión de muerte, para dar cuenta de la compulsión de repetición y de tendencias regresivas que van más allá del principio del placer. Este giro teórico reordenó la metapsicología y tuvo implicaciones técnicas (p. ej., en la explicación de la inercia de los síntomas).

En Tres ensayos sobre teoría sexual formuló el desarrollo psicosexual en fases: oral, anal, fálica (donde ubica el complejo de Edipo), periodo de latencia y genital. Defendió la sexualidad infantil «polimorfa» y el papel del Edipo en la constitución del yo y del superyó. Sus ideas sobre la feminidad (penis envy, cambios de zona erógena, olas de represión) suscitaron debates intensos con autoras como Karen Horney, Melanie Klein o, más tarde, críticas feministas.

En La interpretación de los sueños explicó cómo el «trabajo del sueño» disfraza deseos mediante condensación y desplazamiento, para evitar la censura psíquica y preservar el dormir. Extiende la lógica del inconsciente a los lapsus, los chistes y los actos fallidos, mostrando que lo reprimido retorna en producciones cotidianas con sentido.

Freud describió también mecanismos de defensa del yo frente a la ansiedad y al conflicto: represión, proyección, negación, desplazamiento, sublimación, entre otros. Estos procesos, aunque a veces desadaptativos, permiten mantener cierto equilibrio psíquico y aparecen constantemente en la clínica.

Técnica psicoanalítica y su evolución

Frente a la hipnosis, la herramienta cardinal fue la asociación libre: el paciente dice todo lo que acude a su mente sin censura. El analista escucha con «atención flotante», mantiene una actitud neutral y abstinente, e interpreta para hacer consciente lo inconsciente. La transferencia —proyección de deseos y conflictos sobre la figura del analista— es el motor y el campo de trabajo de la cura.

Pronto advirtió que no bastaba con recordar; había que elaborar (durcharbeiten) las resistencias, esas fuerzas que obstaculizan el avance del tratamiento. La técnica enfatiza un proceso paciente de repetición, interpretación y elaboración que diferencia el psicoanálisis de las sugestiones hipnóticas o los consejos directos.

En escritos de madurez como Análisis terminable e interminable y Construcciones en el análisis, reconoció límites y alcances realistas de la cura: no todo síntoma se disuelve, la transferencia puede ser pertinaz y la pulsión de muerte complica el panorama. En ¿Pueden los legos ejercer el análisis? defendió la formación no médica (aunque este punto dividió a las sociedades, sobre todo en Estados Unidos).

Impacto cultural y recepción crítica

El psicoanálisis dejó una marca profunda en las ciencias humanas. La Escuela de Fráncfort y el freudomarxismo (Marcuse, Fromm, etc.) incorporaron conceptos freudianos para leer la cultura, el deseo y la represión social. En arte y literatura, el surrealismo (Breton, Dalí, Buñuel) encontró un arsenal de imágenes y procedimientos; cineastas como Alfred Hitchcock o, ya en otros registros, series y animes han jugado con ideas freudianas.

La cultura popular también abrazó al personaje: Freud fue portada de la revista Time y recibió proposiciones mediáticas llamativas que rechazó (analizar un caso para el Chicago Tribune, colaborar con Samuel Goldwyn en un guion amoroso sobre Marco Antonio y Cleopatra). En la ficción y el cine aparecen versiones y recreaciones: Freud: The Secret Passion (1962), A Dangerous Method (2011), la serie Freud (2020) o la película Freud’s Last Session (2023), con Anthony Hopkins.

En el plano científico, la discusión es intensa. Karl Popper lo señaló como no falsable, mientras Adolf Grünbaum rebatió que ciertas tesis sí son testables. Meta-análisis y estudios de psicoterapia han hallado eficacia para tratamientos psicodinámicos afines, aunque persiste la controversia sobre el estatus empírico de teorías específicas (sueños, sexualidad infantil). Las neurociencias han dialogado con la tradición psicoanalítica (Mark Solms, Eric Kandel), proponiendo correlatos cerebrales para procesos como motivación, memoria emocional y conflicto.

Las críticas feministas a sus tesis sobre la sexualidad femenina —de Simone de Beauvoir a Betty Friedan o Kate Millett— se centraron en el androcentrismo que le atribuyen. En la trinchera psicoanalítica, autoras como Horney o, más tarde, lecturas lacanianas, reconfiguraron el problema. El debate, lejos de agotarse, ha mantenido viva la discusión sobre qué es «lo femenino» en psicoanálisis y cómo pensar el dimorfismo más allá de lo biológico.

Obras principales y bibliografía esencial

Entre sus libros y ensayos más influyentes destacan: La interpretación de los sueños (1900), Psicopatología de la vida cotidiana (1901), El chiste y su relación con lo inconsciente (1905), Tres ensayos sobre teoría sexual (1905), Delirio y sueños en la «Gradiva» de Jensen (1907), Cinco conferencias sobre psicoanálisis (1910), Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci (1910), Tótem y tabú (1913), Trabajos sobre metapsicología (1915–16), Introducción al psicoanálisis (1915–17), Más allá del principio del placer (1920), Psicología de las masas y análisis del yo (1921), El yo y el ello (1923), Inhibición, síntoma y angustia (1926), ¿Pueden los legos ejercer el análisis? (1926), El porvenir de una ilusión (1927), El malestar en la cultura (1930), Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis (1933), Moisés y la religión monoteísta (1939) y el póstumo Esquema del psicoanálisis (1940).

Casos clínicos emblemáticos publicados: «Dora» (fragmento de análisis de histeria), «El pequeño Hans» (fobia infantil), «El hombre de las ratas» (neurosis obsesiva), «El hombre de los lobos» (neurosis infantil) y el caso Schreber (paranoia). Su obra completa en inglés se conoce como la Standard Edition en 24 volúmenes, y hoy existe una edición revisada y anotada.

Familia y círculo personal

Además de su núcleo familiar, Freud mantuvo vínculos con discípulos, analistas y escritores como Lou Andreas-Salomé, Sándor Ferenczi, Otto Rank, Karl Abraham, Max Eitingon, Hanns Sachs o Ernest Jones. Fue miembro de B’nai B’rith desde 1897. Su hogar y consulta de Viena en Berggasse 19, y más tarde la casa londinense de Maresfield Gardens, son hoy museos dedicados a su memoria.

Entre las anécdotas que retratan su fama global, destaca que una carta dirigida simplemente a «Profesor Freud, Viena» llegó a su destino, signo del alcance de su nombre. Pese a la hostilidad, supo ironizar: tras las quemas de libros en 1933, escribió a un amigo que en la Edad Media le habrían quemado a él y ahora se conformaban con quemar sus libros.

Su obra ha sido discutida, matizada y ampliada, pero nadie duda de su impacto en la cultura y en nuestra autocomprensión. Su intento de dar estatus científico a lo inconsciente y de cartografiar conflictos y deseos dejó una herencia que, con sus luces y sus sombras, sigue interpelando a las ciencias de la mente y a las humanidades.